
Descripción de Hijos de Dune, Capítulo 1 (Audiolibro) rj3a
Hijos de Dune es el tercer libro en la saga de Dune escrita por Frank Herbert en 1976. El libro que le precede en la saga es El Mesías de Dune, y el que le sigue es Dios Emperador de Dune. ~ Nueve años después de la muerte de Chani, del final de la conspiración contra los Fremen, y de que el Emperador Paul Atreides, Muad'dib, ciego y solo, caminara hacia el desierto siguiendo la tradición fremen que aseguraba una muerte rápida, Alia, hermana de Paul y con poderes prescientes similares a los de su hermano, se ha casado con el ghola de Duncan Idaho y se sienta en el trono de Arrakis como Regente Imperial, así como tutora y guardiana de los gemelos nacidos en el momento de morir Chani: Leto y Ghanima. ~ 1h651h
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Las enseñanzas de Moacir se han convertido en campo de juegos de los pedantes, los supersticiosos y los corruptos.
Él enseñó una forma de vida equilibrada, una filosofía a través de la cual un hombre pueda afrontar los problemas que surgen de un universo en constante cambio.
Dijo que la humanidad está aún evolucionando, en un proceso que nunca tendrá fin.
Dijo que esta evolución se produce según cambiantes principios que son conocidos tan solo por la eternidad.
¿Cómo puede un razonamiento corrupto jugar con una tal esencia? Palabras del Mentat Don Canaidajo Una mancha de luz apareció en la alfombra rojo oscuro que cubría el suelo de la caverna.
La luz ardía sin una fuente aparente. Parecía existir tan solo en la superficie del rojo tejido de fibras de especie entrelazadas.
Un pequeño círculo inquisitivo de unos dos centímetros de diámetro moviéndose erráticamente, estirándose, adoptando una figura ovalada.
Tropezó con el verde oscuro del borde de un lecho, ascendió, se deformó a través de la irregular superficie.
Bajo el cobertor verde yacía un chiquillo de pelo rojizo, rostro redondeado con la gordura de un niño, boca generosa.
Una figura a la que le faltaba la injuta cualidad de la tradición Fremen, aunque no presentara tampoco la hinchazón del agua de un habitante de otros mundos.
Cuando la luz cruzó sus cerrados ojos, la pequeña figura se agitó. La luz se apagó inmediatamente.
Ahora tan solo se oía el sonido de su respiración, y al fondo tras él, el tranquilizador dric, dric, dric del agua colectándose en un depósito desde la trampa de viento situada muy arriba sobre la caverna.
La luz apareció otra vez en la estancia, de nuevo inquieta, un poco más brillante.
Esta vez sugería la existencia de una fuente y un movimiento tras ella.
Una figura encapuchada había surgido del arco de la puerta y había penetrado en la estancia, y la luz surgía de allí.
Una vez más la luz revoloteó por toda la estancia, investigando, buscando.
Había un sentimiento de amenaza en ella, una inquieta insatisfacción.
Evitó al muchacho dormido. Hizo una pausa en la rejilla de ventilación allá en lo alto.
Exploró una protuberancia en los pliegues de los cortinajes verdes y dorados que cubrían y ablandaban las asperezas de las paredes de roca desnuda.
Luego la luz volvió a apagarse.
La figura encapuchada se movió, traicionándose con un roce de sus ropas, y se situó a un lado del arco de la entrada.
Cualquiera que estuviese al corriente de la rutina del Sietch Tarda habría sospechado inmediatamente que se trataba de Stilgar, Naidh del Sietch, guardián de los gemelos huérfanos que un día investiría en el manto de su padre, Pol Muad'Dib.
Stilgar realizaba a menudo estas inspecciones nocturnas en los apartamentos de los gemelos, iniciando siempre su ronda por la estancia donde dormía Ganima, y terminándola allí en la habitación contigua, donde se aseguraba a sí mismo de que Leto no corría ningún peligro.
«Soy un viejo estúpido», pensó Stilgar.
Rozó la fría superficie del proyector lumínico antes de devolverlo a su cinto.
Aquel proyector lo irritaba, aunque reconocía que dependía de él.
Se trataba de un sutil artilugio del Imperio, un instrumento que detectaba la presencia de cuerpos vivos a partir de un determinado tiempo.
Solo había revelado la presencia de los dos niños durmiendo en las reales estancias.
Stilgar sabía que sus pensamientos y emociones eran como la luz.
Jamás había podido dominar su inquietud interior.
Algún poder más grande que él controlaba aquel movimiento.
Lo proyectaba fuera de sí mismo en el preciso instante en que captaba la acumulación del peligro.
Allí yacía el imán de los sueños de grandeza de todo el universo conocido.
Allí yacía la riqueza temporal.
La autoridad secular.
Y el más poderoso de todos los talismanes místicos.
La divina autoridad del legado religioso de Moacdi.
En aquellos gemelos, Leto y su hermana Ganima, se concentraba un pavoroso poder.
Mientras ellos vivieran, Moacdi, aún muerto, viviría en ellos.
No eran simplemente niños de nueve años.
Eran una fuerza natural.
Objetos de veneración.
Eran los hijos de Paul Atreides.
Que se había convertido en Moacdi.
El madi de todos los fremen.
Moacdi había aprendido una explosión de humanidad.
Los fremen se habían desparramado desde aquel planeta en un incontenible yihad.
Arrastrando su fervor a través de todo el universo humano en una ola de dominio religioso cuya intensidad y onipresenta autoridad habían dejado su huella en todos los planetas.
Y sin embargo, el poder de Moacdi, Habían dejado su huella en todos los planetas.
Y sin embargo, estos hijos de Moacdi son carne y sangre.
Penso Stilgar, dos simples golpes de mi cuchillo bastarían para detener sus corazones.
Su agua volvería a la tribu.
Su mente indocil se reveló ante aquel pensamiento.
Matar a los hijos de Moacdi.
Pero los años lo habían hecho sabio en introspección.
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