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Saga completa de Dune (6 libros) de Frank Herbert
Hijos de Dune, Capítulo 8 (Audiolibro)

Hijos de Dune, Capítulo 8 (Audiolibro) x4n2t

23/5/2025 · 12:10
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Saga completa de Dune (6 libros) de Frank Herbert

Descripción de Hijos de Dune, Capítulo 8 (Audiolibro) 19392g

Hijos de Dune es el tercer libro en la saga de Dune escrita por Frank Herbert en 1976. El libro que le precede en la saga es El Mesías de Dune, y el que le sigue es Dios Emperador de Dune. ~ Nueve años después de la muerte de Chani, del final de la conspiración contra los Fremen, y de que el Emperador Paul Atreides, Muad'dib, ciego y solo, caminara hacia el desierto siguiendo la tradición fremen que aseguraba una muerte rápida, Alia, hermana de Paul y con poderes prescientes similares a los de su hermano, se ha casado con el ghola de Duncan Idaho y se sienta en el trono de Arrakis como Regente Imperial, así como tutora y guardiana de los gemelos nacidos en el momento de morir Chani: Leto y Ghanima. ~ 1h651h

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Y vía otra bestia surgiendo de la arena, y tenía dos cuernos como un cordero, pero su boca estaba repleta de colmillos y era feroz como la de un dragón.

Y su cuerpo resplandecía y ardía como un horno y silbaba como una serpiente.

Biblia Católica Naranja Revisada Se hacía llamar el predicador, y mucha gente de Arrakis, presa de reverencia al temor, pensaban que podía ser realmente Moagdi de regreso del desierto, no muerto en absoluto.

Moagdi podía estar vivo. ¿Acaso alguien había visto alguna vez su cuerpo? Claro que, ¿quién había visto nunca algún cuerpo de los que se tragaba el desierto? Pero, ¿Moagdi? Podían ser establecidos puntos de comparación, aunque nadie de los que habían conocido en los viejos días podían decir, sí, es Moagdi, lo reconozco.

Pero, como Moagdi, el predicador era ciego, sus órbitas eran negras y estaban cauterizadas de un modo que tan solo podía causar un quemador de piedras.

Y su voz poseía aquella crujiente penetración, aquella misma fuerza compulsiva que exige una respuesta desde lo más profundo de uno.

Muchos habían notado aquello.

El predicador era delgado, su rostro estaba curtido y lleno de arrugas, sus cabellos eran grisáceos.

Pero el desierto profundo le hacía esto a la mayoría de la gente.

Uno solo tenía que mirar a su alrededor para darse cuenta de ello.

Y había otro punto de discusión.

El predicador iba guiado por un joven fremen, un muchacho de quien ningún siech conocido había oído hablar, que cuando era preguntado respondía que trabajaba a cambio de un salario.

Se argumentaba que Moagdi, puesto que conocía el futuro, no había necesitado ningún guía excepto al final, cuando el dolor lo había abrumado.

Y entonces lo había utilizado.

Todos lo sabían.

El predicador había aparecido una mañana de invierno en las calles de Arraquén, una curtida y venosa mano sobre el hombro de su joven guía.

El muchacho, que dijo llamarse Azantaric, se movía a través de la multitud ciudadana que olía a polvo y a roca, guiando a su pupilo con la práctica agilidad de un gazapo, sin perder ni una vez el o.

Fue observado que el hombre ciego llevaba una tradicional borca sobre un destiltraje que llevaba todas las señales de aquellos que se hacían tan solo en las cavernas siech del desierto profundo.

No era como los destiltrajes de escasa calidad que se hacían actualmente.

El tubo nasal que cambiaba la humedad de la respiración hacia los depósitos de recuperación situados bajo la borca era en espiral, y estaba recubierto con fibras vegetales en la forma tradicional.

La máscara que le cubría la parte inferior del rostro tenía manchas verdosas producidas por la erosión del viento cargado de arena.

Todo en el aspecto de que el predicador parecía surgido del pasado de Doom.

Muchos entre la madrugadora multitud de aquel día de invierno notaron su paso.

Después de todo, un fremen ciego era una rareza.

La ley fremen entregaba a los ciegos a Shayjulud.

La palabra de la ley, aunque era menos honrada en los tiempos modernos ricos en agua, seguía inalterada desde los primeros días.

Los ciegos eran un regalo a Shayjulud.

Eran expuestos al abierto bled para ser devorados por los grandes gusanos.

Cuando esto ocurría, y circulaban habladurías al respecto por todas las ciudades, ocurría allá donde todavía reinaban los grandes gusanos, aquellos llamados los hombres viejos del desierto.

Un fremen ciego era pues una curiosidad, y la gente se detenía para contemplar el paso de aquella extraña pareja.

El muchacho aparentaba unos 14 años estándar, un componente de las nuevas generaciones que llevaba uno de aquellos destiltrajes modificados que dejaban el rostro descubierto al aire ávido de humedad.

Tenía rasgos delgados, ojos completamente azules, una nariz respingona, y aquella inocua mirada inocente que tan a menudo enmascaraba en los jóvenes un cínico conocimiento de las cosas.

Como contraste, el ciego era un recuerdo de tiempos ya casi olvidados, pasos mesurados, y una resistencia que hablaba de muchos años pasados en la arena con tan solo sus pies, o un gusano cautivo para trasladarse de un lugar a otro.

Erguía su cabeza con aquella rigidez del cuello que tan solo algunos ciegos consiguen evidenciar.

Su encapuchada cabeza se movía tan solo cuando algún sonido interesante llegaba hasta su oído.

La extraña pareja siguió avanzando durante todo el día a través de la muchedumbre, llegando finalmente ante la escalinata que era en realidad una serie de amplias terrazas que ascendían hasta la escarpadura donde se hallaba el Templo de Alia, un digno compañero de la Ciudadela de Paul.

El predicador y su joven guía ascendieron hasta la tercera gran explanada, allá donde los peregrinos del Haga aguardaban por la mañana que se abrieran las gigantescas puertas sobre ellos.

Eran unas puertas tan grandes que itirían por ellas toda una catedral de la ciudad.

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