
Descripción de Ascensión del Señor 6w3i67
Jesús, al ascender al cielo, no abandona a sus discípulos. Por el contrario, los confirma en la misión y les recuerda que recibirán al Espíritu Santo, la “fuerza de lo alto”. Esta escena cierra el evangelio de Lucas como una puerta abierta hacia la misión y hacia el nacimiento de la Iglesia. 7132j
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¿Cuántas veces escuchamos que este mundo es un hielo? Del Evangelio de Lucas.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos.
Así está escrito.
El Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.
Vosotros sois testigos de esto.
Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre.
Vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto.
Y lo sacó hacia cerca de Betania, y, levantando sus manos, los bendijo.
Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo.
Ellos se postraron ante él, y se volvieron a Jerusalén con gran alegría, y estaban siempre en el templo, bendiciendo a Dios.
Hoy celebramos la solemnidad de la Ascensión del Señor, un momento crucial en la historia de la salvación.
Según el Evangelio de Lucas, Jesús, después de resucitar y aparecerse a sus discípulos, los conduce a Betania, levanta sus manos en bendición y asciende al cielo.
Pero este no es un adiós, sino el comienzo de una nueva presencia.
Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén con gran alegría.
Jesús recuerda a sus discípulos que su pasión, muerte y resurrección eran el cumplimiento de las Escrituras.
Así estaba escrito, pero ahora les da un mandato.
Vosotros sois testigos de esto.
La Ascensión no es una despedida, sino una coronación.
Jesús, el Hijo de Dios, vuelve al Padre, pero no nos abandona.
Al contrario, nos prepara un lugar.
Y nosotros somos sus testigos.
La misión de la Iglesia comienza aquí.
No somos espectadores, sino enviados a proclamar el Evangelio con palabras y obras.
Antes de ascender, Jesús les dice, yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido, y les pide que permanezcan en Jerusalén hasta que sean revestidos de poder desde lo alto.
La Iglesia nace en la espera y en la oración.
Los discípulos no se dispersan, sino que se reúnen en oración con María.
Así también nosotros debemos prepararnos para Pentecostés, pidiendo el fuego del Espíritu.
El poder de lo alto no es una fuerza humana, sino gracia divina.
Sin el Espíritu, la misión es imposible.
Con él, incluso nuestras debilidades se convierten en instrumentos de Dios.
Luego Jesús los condujo hasta Betania, alzó sus manos y los bendijo.
Y mientras los bendice, asciende al cielo.
Los discípulos no lloran, sino que regresan con gran alegría.
La bendición de Jesús permanece.
Su última acción en la tierra fue bendecir.
Hoy, Él sigue intercediendo por nosotros y nos bendice en la Eucaristía.
La verdadera alegría viene de Cristo.
El mundo busca felicidad en placeres pasajeros, pero los discípulos se alegran porque saben que Jesús nieve y reina.
Jesús, el hombre Dios, está sentado a la derecha del Padre, mostrando que nuestra humanidad está llamada a la gloria.
No podemos quedarnos mirando al cielo, sino que debemos ser testigos de Cristo en el mundo.
Él no se ha ido, sino que nos acompaña, todos los días hasta el fin del mundo.
¿Cómo vivo mi vocación de testigo de Cristo en mi familia y en mi trabajo? ¿Busco la fuerza del Espíritu Santo para cumplir la misión que Jesús me encomienda? Que María, reina de los apóstoles, nos ayude a vivir con Él.
Que María, reina de los apóstoles, nos ayude a vivir con alegría y audacia esta gran esperanza.
Aleluya.
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