La maldición del misterioso collar egipcio 1h6j3b

¡Qué cantidad de relatos nos cuentan! ¡Qué joyas de distinto tipo! A veces una pulsera, un anillo, un diamante, un colgante, un collar… A veces arrastran consigo algún tipo de maldición.

Se les echa la culpa muchas veces de la mala suerte de sus dueños. Las joyas están bien miradas y a la vez pueden provocar cierto recelo. Y tras conocer la historia de este collar emburjado, es posible comprender a estas personas de sus recelos, precisamente, de que la mala suerte precisamente apareciese, acompañase, cuando este collar estaba presente.

Se hablaba de esta historia en el periódico The Scotsman, el 15 de mayo de 1920, y en él se nos relataba que una señora de Edimburgo, allí cuando acababa 1913, concretamente en el mes de diciembre, una señora cuyo nombre se evitó publicar, recibió un collar de un viejo amigo que había estado un tiempo en el Cairo.

Este amigo le explica que proviene de una antigua tumba cercana a donde él había estado investigando. Era una pieza sencilla, compuesta sobre todo por una serie de cuentas de vidrio. Cuentan que a esta señora de Edimburgo no le gustó en exceso la joya, así que la guardó y al parecer se olvidó de ella.

Tenemos que pasar unos cuantos años hasta llegar a esta primavera de 1920, cuando esta mujer está buscando precisamente años después algo que ponerse de alguna joya, que ponerse en un momento concreto y resulta que vuelve a ver esta reliquia egipcia que le había regalado un amigo.

Volviendo a disgustarse con el aspecto de este collar, decide tirarlo directamente.

¿Para qué quiero esto? Si no me gusta y no me lo voy a poner nunca.

Pero claro, hay que tener mucho cuidado con tratar con desprecio las joyas que han venido de Egipto. Cuentan que esa noche, al coger unas zapatillas que estaban junto a la papelera, sintió una extraña sensación, como si una mano invisible le sujetara la muñeca. Y entonces empezó a escuchar sonidos extraños, zumbidos, crujidos. Todo parecía provenir de la papelera.

Enseguida pensó en ratones, seguramente son ratones que se han colado en la casa. Ella miró por alrededor, buscó dentro de la papelera. No había ningún animal. No había nada que produjese ese ruido. Exceptuando, claro, ese collar egipcio. Ahí empieza la mujer a mirar a esta joya con aprehensión. Decidió quitarla lo más lejos posible de ella misma y, de hecho, la coge del fondo de la papelera y la tira hasta lo más lejos que puede, al recibidor, delante de su puerta.

Al día siguiente cuenta la historia que esta mujer está almorzando con su hermano, al que se le describe en los periódicos como un médico miembro de la Real Academia Escocesa y persona de intachable solidez de carácter y estatus. Esta mujer le relata a su hermano las extrañas experiencias que ha tenido la noche anterior, sus sensaciones, su malestar. Pero el caso es que todo se ve diferente a la luz del día y, en ese momento, incluso ella se ríe. Lo ve como una tontería. No le quiere hacer excesivo caso. Sin embargo, su hermano, el médico, siente algo de curiosidad y, sin decirle nada a nadie, recoge el collar y se lo lleva a su habitación.