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Historia de Colombia Capítulo 1: ¡La India Catalina nos habla sobre los Primeros Pueblos!

Historia de Colombia Capítulo 1: ¡La India Catalina nos habla sobre los Primeros Pueblos! 581g

28/5/2025 · 07:57
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Cuentazos del Tiempo

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¡Embárcate en una nueva aventura en Cuentazos del Tiempo! 🌿 En el Capítulo 1 de Historia de Colombia, la India Catalina nos narra la historia y nos lleva a descubrir los primeros pueblos de esta tierra sagrada: los zenúes, muiscas y taironas. Conoce sus ciudades, su oro sagrado y sus danzas antes de la llegada de los españoles. Escucha ahora y explora la raíz de Colombia. 🎵 Suscríbete para más historias de grandes protagonistas. #CuentazosDelTiempo #HistoriaDeColombia #LiteraturaInfantil #PodcastParaNiños 5b1w4s

Lee el podcast de Historia de Colombia Capítulo 1: ¡La India Catalina nos habla sobre los Primeros Pueblos!

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Capítulo 1. Yo, India Catalina, y los primeros pueblos de esta tierra sagrada.

Hola, soy Catalina, o como me llamaban en mi niñez, cuando corría libre por los montes cálidos del Caribe, la Niña Zenú.

Mi nombre no era Catalina, claro. Eso vino después, cuando mi vida cambió para siempre al cruzarme con los extraños hombres venidos del otro lado del mar.

Pero no vengo hoy a hablarte solo de mí, sino de lo que fui testigo, de lo que aprendí de mi gente y de los muchos pueblos que vivían en esta tierra mucho antes de que alguien dijera que se llamaba Colombia.

Quiero contarte una historia. Una historia antigua, llena de vida, de sol, de ríos, de montañas y de voces.

Una historia que nace mucho antes de que existieran las ciudades, los caminos de piedra o los barcos de velas blancas.

La tierra antes del ruido. Mucho antes de que los barcos españoles tocaran nuestras costas, ya vivíamos aquí.

Hablo de miles de años atrás, cuando nuestros abuelos y los abuelos de nuestros abuelos ya habían aprendido a sembrar la tierra, a leer el cielo, a respetar los ríos y a contar el tiempo con las estrellas.

Éramos muchos pueblos, cada uno con su lengua, su forma de vestir, su manera de bailar y sus creencias.

Los cenú, mi gente, vivíamos en las tierras planas y fértiles donde los ríos Sinú y San Jorge se abrasan.

Otros vivían más al norte, en las montañas de la Sierra Nevada.

Los taironas, hábiles arquitectos que construyeron ciudades entre la niebla y los árboles gigantes.

Más hacia el altiplano estaban los muiscas, sabios del frío, quienes adoraban al sol y a la luna y que hacían ofrendas de oro tan hermosas que aún hoy brillan en los museos.

¿Sabías que los muiscas tenían un sistema para contar basado en los dedos de las manos? Inventaron números parecidos a los tuyos.

Y no solo eso, construyeron caminos empedrados, canales para llevar el agua y plazas donde la gente se reunía a hablar, comerciar o celebrar.

El oro y lo sagrado.

El oro era muy importante para nosotros, pero no como lo fue para los que llegaron después.

Para nosotros el oro no era riqueza, era sagrado.

Era el reflejo del sol, un regado de los dioses.

Por eso lo usábamos en los rituales, en las coronas de los líderes, en las figuras que representaban animales y espíritus.

En las tierras cenú, los orfebres moldeaban el oro como si fuera barro.

Creaban collares, narigueras, pectorales y figuras diminutas.

Cada una contaba una historia, una conexión con los espíritus del agua, con los jaguares de la selva o con los ancestros.

Las cazas, las danzas, los juegos.

Recuerdo cómo eran nuestras casas, hechas con caña, palma y barro, frescas, acogedoras.

Recuerdo los juegos con mis hermanos, corriendo tras una pelota hecha de hule.

Y las noches junto al fuego, cuando los abuelos contaban historias de héroes, de seres mágicos, de cómo los animales habían enseñado a los humanos a vivir.

Teníamos fiestas con danzas que hacían temblar el suelo.

Se bailaba para agradecer la cosecha, para llamar la lluvia o para despedir a los que partían hacia el mundo de los espíritus.

Tocábamos tambores, flautas y maracas. Cada ritmo tenía un propósito.

Mujeres sabias, hombres del monte.

Las mujeres de mi pueblo eran sabias, sabían qué hierbas curaban, qué raíces alimentaban, cómo leer el río y entender el viento.

Muchas veces eran líderes, consejeras, sanadoras.

Los hombres cazaban, pescaban, construían, pero siempre con respeto por la naturaleza.

Nunca se tomaba más de lo necesario, nunca se talaba sin pedir permiso.

Todo tenía alma, la piedra, el árbol, el jaguar.

Las rutas invisibles del intercambio.

Aunque estábamos divididos en pueblos distintos, no vivíamos aislados.

Había caminos que conectaban las montañas con el mar, los llanos con las selvas.

Por esos caminos viajaban mercancías, pero también ideas.

El algodón de los cenú llegaba a manos de los muiscas, el oro de los taironas brillaba en otras regiones.

Éramos distintos, sí, pero estábamos conectados.

La llegada del ruido.

Un día, el mar habló. Trajo consigo unas grandes naves con alas blancas.

Al principio creímos que eran aves enormes o cazas flotantes.

Los hombres que descendieron de ellas vestían ropas brillantes, llevaban cruces y hablaban en una lengua incomprensible.

Así comenzó una historia nueva y dolorosa para nosotros.

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