
Descripción de Hijos de Dune, Capítulo 7 (Audiolibro) 4rw4o
Hijos de Dune es el tercer libro en la saga de Dune escrita por Frank Herbert en 1976. El libro que le precede en la saga es El Mesías de Dune, y el que le sigue es Dios Emperador de Dune. ~ Nueve años después de la muerte de Chani, del final de la conspiración contra los Fremen, y de que el Emperador Paul Atreides, Muad'dib, ciego y solo, caminara hacia el desierto siguiendo la tradición fremen que aseguraba una muerte rápida, Alia, hermana de Paul y con poderes prescientes similares a los de su hermano, se ha casado con el ghola de Duncan Idaho y se sienta en el trono de Arrakis como Regente Imperial, así como tutora y guardiana de los gemelos nacidos en el momento de morir Chani: Leto y Ghanima. ~ 1h651h
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El universo es de Dios, es una sola cosa, una totalidad frente a la cual todas sus separaciones pueden ser identificadas.
La efímera vida, incluso aquella autoconsciente y razonadora que nosotros llamamos vida sensitiva, detenta tan solo un derecho hereditario de custodia de una porción pequeñísima de la totalidad.
Comentarios de la CTE, Comisión de Traductores Ecuménicos.
Hallett usó el código de las manos para transmitir el mensaje mientras hablaba en voz alta de otras cosas.
No le gustaba la pequeña antesala que los sacerdotes le habían asignado para su informe, sabiendo cómo debía estar atiborrada de dispositivos de espía.
Dejemos que intenten decodificar las imperceptibles señales de las manos.
Pensó, los Atreides habían usado esos medios de comunicación durante siglos sin que nadie llegase a captarlo nunca.
Afuera era de noche, pero la estancia no tenía ventanas, dependiendo de la luz emitida por cuatro globos situados en lo alto de los cuatro ángulos.
Muchos de los que hemos cogido eran hombres de alia, hizo notar Hallett con las manos, mientras observaba el rostro de Jessica y decía en voz alta que los interrogatorios todavía continuaban.
—Tú ya lo anticipaste, replicó Jessica con dedos inquietos.
Hizo una inclinación de cabeza y dijo en voz alta, —Espero un informe completo cuando te considere satisfecho de los resultados, Gorny.
—Por supuesto, mi dama, dijo él, y sus dedos continuaron.
Hay otra cosa, bastante inquietante.
Bajo la acción de drogas profundas, algunos de nuestros cautivos han hablado de Hakuturu, y apenas pronunciara el nombre, han muerto.
¿Un bloqueo cardíaco condicionado? Preguntaron los dedos de Jessica, y dijo en voz alta, —¿Has dejado en libertad a alguno de los cautivos? —Unos pocos, mi dama, los más obviamente inocuos.
Y sus dedos se añadieron.
Sospechamos un bloqueo cardíaco, pero no estamos seguros todavía.
Las autoxias aún no se han completado.
He pensado que desearíais saber lo antes posible todo lo referente a Hakuturu, y he venido inmediatamente.
Mi duque y yo hemos pensado siempre que Hakuturu era una leyenda interesante, basada probablemente en un hecho real.
Dijeron los dedos de Jessica, ignorando la habitual punzada de dolor que la atravesaba cada vez que hablaba de su hacía tanto tiempo perdido amor.
—¿Tenéis órdenes para mí? Preguntó Halleck en voz alta.
Jessica respondió de igual modo, diciéndole que regresara al campo de aterrizaje e informara cuando poseyera información positiva.
Pero sus dedos formaron otro mensaje.
—Entra de nuevo en o con tus amigos entre los contrabandistas.
Si Hakuturu existe, debe sobrevivir vendiendo especie.
No hay otro mercado para ellos excepto los contrabandistas.
Halleck inclinó brevemente su cabeza, mientras sus dedos decían.
—Estoy siguiendo ya esta pista, mi dama.
Y como no podía ignorar el adiestramiento de toda una vida, añadió.
—Sed muy cuidados en este lugar.
Ali es vuestra enemiga, y la mayor parte de los sacerdotes la siguen.
—¿Habit no? Respondieron los dedos de Jessica.
—Odia a los Atreides.
Dudo que nadie que no sea un adecto lo detecte, pero estoy positivamente segura de ello.
Conspira, y no lo sabe.
—Asignaré una guardia adicional a vuestra persona, dijo Halleck en voz alta, ignorando el destello de desagrado que brilló en los ojos de Jessica.
Hay peligros, estoy seguro.
—¿Pasaréis aquí la noche? —Iremos más tarde al Sietch Tard, dijo Jessica, y vaciló a punto de decirle que no le enviara más guardias, pero se detuvo.
El instinto de Gurney no había fallado nunca.
Más de un Atreides había aprendido aquello, para su placer o su dolor.
—Tengo otra entrevista, con el maestro de novicios esta vez, dijo.
Es la última, y después me sentiré muy feliz de irme de este lugar.
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