CUIDABA a VETERANOS... pero los ASESINABA uno por uno 1e3w1o

Durante la noche, mientras los pasillos del hospital quedaban en silencio y los pacientes dormían, la muerte caminaba con bata y zapatos cómodos.

Nada sospechaba del auxiliar que sonreía amablemente y ofrecía cuidados en las horas más vulnerables.

Pero detrás de esa fachada se escondía un monstruo silencioso.

Entre 2017 y 2018, siete veteranos de guerra murieron en circunstancias extrañas en el Hospital de Veteranos de Klasburg, en Virginia Occidental.

Todos hombres mayores.

Todos en recuperación.

Todos bajo el cuidado de una misma persona, Retta Mies.

No disparó un arma en el campo de batalla, pero fue letal entre paredes blancas y luces fluorescentes.

Sus crímenes no fueron impulsivos ni explosivos, sino metódicos, casi clínicos.

Usó insulina como su arma, en dosis cuidadosamente elegidas, mientras las alarmas médicas se encendían una y otra vez, sin explicación aparente.

Nadie imaginaba que el asesino estaba dentro.

Este es el caso de una mujer que traicionó el juramento de cuidar, de un asesino en serie que mató en nombre del silencio, el control y quizás algo más oscuro aún.

Muy buenas, yo soy Lux y bienvenidos un día más al oscuro corazón de Arkham.

Muchísimas gracias de verdad por todo el apoyo que me dais.

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Pero no me enrollo más y sin más, empecemos con el caso.

Reta Phyllis Mice nació el 16 de junio de 1975 en Virginia Occidental, Estados Unidos.

De su infancia no se conocen muchos detalles, ninguna historia de abuso, ningún trauma documentado, ningún evento que nos permita anticipar el desenlace.

En los registros públicos, simplemente era una mujer más, criada en un entorno rural del centro del país, silenciosa, inapercibida.

En su juventud, Reta se unió a la Guardia Nacional del Ejército y sirvió en Irak y Kuwait con el Batallón de Ingenieros 1092.

Después de dejar el servicio activo, trabajó como oficial penitenciaria, una profesión dura, donde el poder se ejerce a diario en pequeños gestos y órdenes.

Allí fue demandada por presuntos abusos físicos contra un recluso, aunque el caso fue desestimado.

Años después, encontró trabajo como asistente de enfermería en el Hospital para Veteranos de Klagsburg.

No tenía licencia médica válida, tampoco estaba calificada para istrar medicación, aunque lo hacía.

Ocupaba el turno nocturno, ese espacio en el que los hospitales se transforman.

Menos personal, menos supervisión, más silencio.

En casa, su vida tampoco era estable.

Su marido fue arrestado por posesión de pornografía infantil.

El hogar se convirtió en otro entorno tóxico.

Afuera fingía calma, por dentro algo ya se había fracturado.

En sus búsquedas en internet aparecían nombres como Kisten Gilbert y documentales titulados Nurse Who Kill, como si quisiera verse reflejada, como si ya supiera el camino que estaba dispuesta a recorrer.

El Hospital para Veteranos de Klagsburg, en Virginia Occidental, era un lugar de descanso para quienes habían servido a su país.

Hombres mayores, muchos de ellos marcados por las guerras de Corea, Vietnam o incluso la Segunda Guerra Mundial.

Guerreros cansados, que tras una vida de servicio solo buscaban algo de paz.

Allí trabajaba Reta Mais, turno nocturno, controlaba pasillos, camas, respiraciones.

Su rutina parecía simple, cuidar, vigilar, asistir.

Pero mientras las luces del hospital se atenuaban y el ritmo cardíaco de los pacientes marcaba el compás de la madrugada, ella tomaba decisiones letales.

Entre 2017 y 2018 comenzaron a registrarse muertes extrañas.

Pacientes estables, que de la noche a la mañana entraban en colapso.

La mayoría sufría hipoglucemias severas, descensos peligrosos de azúcar en sangre, a pesar de no ser diabéticos ni estar en tratamiento con insulina.

Las alarmas saltaron, pero no lo suficientemente alto.

Algunos médicos empezaron a sospechar, pero no había pruebas.

La insulina no siempre deja huellas.