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La Tierra de Nod
El alquimista (H.P. Lovecraft)

El alquimista (H.P. Lovecraft) 4l621

22/2/2025 · 29:42
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La Tierra de Nod

Descripción de El alquimista (H.P. Lovecraft) 363r5u

¨El alquimista comparte el estilo macabro de dos grandes maestros del género gótico: Sheridan Le Fanu y Matthew Lewis, también aficionados a las reencarnaciones grotescas. El alquimista revela la primera faceta de H.P. Lovecraft como escritor, todavía lejos del horror cósmico que impregna su Ciclo Onírico y los Mitos de Cthulhu. El alquimista es narrado en primera persona por su protagonista, el conde Antoine de C. Siglos atrás, uno de los nobles ancestros de Antoine fue el responsable de la muerte de un poderoso nigromante llamado Michel Mauvais. El hijo de este hechicero, Charles le Sorcier, juró vengarse no solo de los asesinos de su padre sino de todos sus descendientes. La maldición, todavía vigente, cae sobre todos los varones de la familia al cumplir los 32 años de edad. Antoine descubre que, efectivamente, todos sus ancestros varones han muerto a esa edad. La estirpe, otrora poderosa, ha decaído notablemente. El castillo se encuentra prácticamente en ruinas. Su único sirviente, Pierre, encargado de la crianza de Antoine, procura mantenerlo lúcido mientras se acerca la fecha inaplazable de su cumpleaños número 32. Esperemos les guste este relato, y recomendamos escucharlo con auriculares para una experiencia más inmersiva. Gracias al ímprobo esfuerzo y análisis de https://elespejogotico.blogspot.com/2008/03/el-alquimista-howard-phillip-lovecraft.html 4u6l1q

Lee el podcast de El alquimista (H.P. Lovecraft)

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

En lo alto, brunando la cima repleta de hierba de un montículo escarpado, con la falda cubierta por los árboles nudosos del bosque primordial, se levanta la vieja mansión de mis antepasados.

Durante siglos sus almenas han contemplado ceñudas el salvaje y accidentado terreno circundante, sirviendo de hogar y fortaleza para la casa orgullosa cuyo honrado linaje es más viejo aún que los muros cubiertos de musgo del castillo.

Antiguos correones, lastigados durante generaciones por las tormentas, demolidos por el lento pero incesante paso del tiempo, formaban en la época feudal una de las más temidas y formidables fortalezas de toda Francia.

Desde las aspilleras de sus parapetos y desde sus escarpadas almenas, muchos varones, condes y aún reyes han sido desafiados, sin que nunca resonara en sus espaciosos salones el paso del invasor.

Pero todo ha cambiado desde aquellos gloriosos años.

Una pobreza que raya en la indigencia, unida a la altanería que impide aliviarla mediante el ejercicio del comercio, ha negado a los vástagos del linaje la oportunidad de mantener sus posesiones en su primitivo esplendor.

Y las derruidas piedras de los muros, la maleza que invade los patios, el foso seco y polvoriento, así como las baldosas sueltas, la madera corroída por los gusanos y los deslucidos tapices del interior, todo narra un melancólico cuento de perdidas grandezas.

Con el paso de las edades, primero una, luego otra, las cuatro torres fueron derrumbándose, hasta que tan solo una sirvió de abrigo a los tristemente menguados vástagos de los olvidados poderosos señores del lugar, o en una de las vastas y lóbregas estancias de esa torre que aún seguía en pie, donde yo, Antoine, el último de los desdichados y maldecidos condes de Sé, vino al mundo hace diecinueve años.

Entre esos muros y entre las oscuras y sombrías frondas, los salvajes montes y las grutas de la ladera, pasaron los primeros años de mi atormentada vida.

Nunca conocía a mis progenitores.

Mi padre murió a la edad de treinta y dos, un mes después de mi nacimiento, alcanzado por una roca de uno de los abandonados balcones del castillo.

Y habiendo fallecido mi madre al darme a luz, mi cuidado y educación corrieron a cargo del único servidor que nos quedaba, un hombre anciano y fiel de notable inteligencia, que recuerdo que se llamaba Pierre.

Yo no era más que un niño, y la carencia de compañía que eso acarreaba se veía aumentada por el extraño cuidado que mi anciano guardián se tomaba para privarme del trato de los muchachos campesinos, aquellos cuyas moradas se desparramaban por los llanos circundantes en la base de la colina.

Entonces, Pierre me había dicho que tal restricción era debido a que mi nacimiento noble me colocaba por encima del trato con aquellos plebellos compañeros.

Ahora sé que su verdadera intención era ahorrarme los vagos rumores que corrían acerca de la espantosa maldición que afligía mi linaje, cosas que se contaban en la noche y eran magnificadas por los sencillos aldeanos según hablaban en voz baja el resplandor del hogar en sus chozas.

Aislado de esa manera, y sólo con mis propios recursos, ocupaba las horas de infancia en el ojear de los viejos tomos que llenaban la biblioteca del castillo, colmada de sombras y en vagar sin sentido por el eterno crepúsculo del espectral bosque que cubría la falda del monte.

Tal vez fue un efecto de tales entornos que mi mente provocó.

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