
El tonel de amontillado, de Edgar Allan Poe 634z6n
Descripción de El tonel de amontillado, de Edgar Allan Poe h3b48
Hoy descendemos a las profundidades de la venganza, el orgullo y la oscuridad humana con un clásico inmortal de Edgar Allan Poe. En esta ocasión te invito a adentrarte en los sombríos pasadizos de “El tonel de amontillado”, un relato inquietante donde cada palabra pesa como una losa, y cada paso nos acerca más y más a un destino inevitable. Acompáñame a las profundidades... si te atreves. - Narración: Juan Carlos Albarracín - Locución Sintonía: Antonio Runa - Música: Epidemic Sound, con licencia Los Cuentos de la Casa de la Bruja es un podcast semanal de audio-relatos de misterio, ciencia ficción y terror. Cada viernes, a las 10 de la noche, traemos un nuevo programa. Alternamos entre episodios gratuitos para todos nuestros oyentes y episodios exclusivos para nuestros fans. ¡Si te gusta nuestro contenido suscríbete! Y si te encanta considera hacerte fan desde el botón azul APOYAR y accede a todo el contenido exclusivo. Tu aporte es de mucha ayuda para el mantenimiento de este podcast. ¡Gracias por ello! Mi nombre es Juan Carlos. Dirijo este podcast y también soy locutor y narrador de audiolibros, con estudio propio. Si crees que mi voz encajaría con tu proyecto o negocio a conmigo y hablamos. :) o profesional: [email protected] www.locucioneshablandoclaro.com También estoy en X y en Bluesky: @VengadorT Y en Instagram: juancarlos_locutor ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/421745 6sm1w
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Clásicos de la Casa de la Bruja, los mejores relatos de este podcast en versión remasterizada.
Los cuentos de la Casa de la Bruja presentan El tonel diamantillado, de Edgar Allan Poe.
Había yo soportado hasta donde me era posible las mil ofensas de que Fortunato me hacía objeto, pero cuando se atrevió a insultarme juré que me vengaría. Vosotros, sin embargo, que conocéis harto bien mi alma, no pensaréis que proferí amenaza alguna. Me vengaría a la larga.
Esto quedaba definitivamente decidido, pero, por lo mismo que era definitivo, excluía toda idea de riesgo. No sólo debía castigar, sino castigar con impunidad. No se repara un agravio cuando el castigo alcanza al reparador. Y tampoco es reparado si el vengador no es capaz de mostrarse como tal a quien lo ha ofendido. Téngase en cuenta que ni mediante hechos ni palabras había yo dado motivo a Fortunato para dudar de mi buena disposición. Tal como me lo había propuesto, seguí sonriente ante él, sin que se diera cuenta de que mi sonrisa procedía, ahora, de la idea de su inmolación.
Un punto débil tenía este Fortunato, aunque en otros sentidos era hombre de respetar y aún de temer. Enorgullecíase de ser un conocedor en materia de vinos. Pocos italianos poseen la capacidad del verdadero virtuoso. En su mayor parte, el entusiasmo que fingen se adapta al momento y a la oportunidad, a fin de engañar a los millonarios ingleses y austríacos. En pintura y en alhajas, Fortunato era un impostor, como todos sus compatriotas. Pero en lo referente a vinos añejos, procedía con sinceridad.
No era yo diferente de él en este sentido. Experto en vendimias italianas, compraba con largueza todos los vinos que podía. Anochecía ya, una tarde en que la semana de carnaval llegaba a su locura más extrema, cuando encontré a mi amigo. Acercóseme con excesiva cordialidad, pues había estado bebiendo en demasía. Disfrazado de bufón, llevaba un ajustado traje a rayas y lucía en la cabeza el cómico gorro de cascabeles. Me sentí tan contento al verle, que me pareció que no terminaría nunca de estrechar su mano.
Mi querido Fortunato, le dije, qué suerte haberte encontrado, qué buen semblante tienes. Figúrate que acabo de recibir un barril de vino que pasa por amontillado, pero tengo mis dudas. ¿Cómo? exclamó Fortunato. ¿Amontillado? ¿Un barril? ¡Imposible! ¡Y a mitad de carnaval! Tengo mis dudas, insistí, pero he sido lo bastante tonto como para pagar su precio sin consultarte antes. No pude dar contigo, y tenía miedo de echar a perder un buen negocio. ¿Amontillado? Tengo mis dudas. ¡Amontillado! Y quiero salir de ellas. ¡Amontillado! Como estás ocupado, me voy a buscar a Lucreci.
Si hay alguien con sentido crítico, es él. Me dirá que Lucreci es incapaz de distinguir entre amontillado y jerez. Y sin embargo, no faltan tontos que afirman que su gusto es comparable al tuyo. Ven, vamos. ¿A dónde? A tu bodega. No, amigo mío, no quiero aprovecharme de tu bondad. Noto que estás ocupado, y Lucreci… No tengo nada que hacer, vamos. No, amigo mío, no se trata de tus ocupaciones, pero veo que tienes un fuerte catarro. Las criptas son terriblemente húmedas y están cubiertas de sangre.
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