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RELATOS INVISIBLES
Rufina, la dama de blanco

Rufina, la dama de blanco 646e

31/3/2024 · 40:54
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RELATOS INVISIBLES

Descripción de Rufina, la dama de blanco 6e442t

La desgarradora y gótica historia de Rufina Cambaceres que se convirtió en la leyenda que aún hoy perdura en el cementerio de la Recoleta, en Buenos Aires. Hija del político y escritor Eugenio Cambaceres, Rufina creció en el ambiente aristocrático porteño de finales del siglo XIX. Se enamoró de un joven galán del momento y lo que sucedió después, el día de su cumpleaños, fue un espanto. Amor, desengaño y unas prácticas médicas que dejaron mucho que desear son los elementos que arman esta escalofriante crónica que todavía nos estremece. 4u2c2x

Lee el podcast de Rufina, la dama de blanco

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

RELATOS INVISIBLES PRESENTA RUFINA, LA DAMA DE BLANCO Buenos Aires, 4 de mayo de 1922.

Casimiro Peralta pasea en solitario por la calle Azcuénaga, junto al paredón del cementerio de la Recoleta.

Va ensimismado. Su cabeza sigue dándole vueltas al negocio que acaba de cerrar con el banco.

No lo tiene claro. Cree que puede perder dinero y eso lo atormenta.

Piensa que un paseo por las tranquilas calles que rodean el cementerio le van a ayudar a ordenar sus pensamientos.

Está anocheciendo. Pronto deberá regresar a casa y contarle a su esposa que ha depositado una gran cantidad de dinero en una inversión que piensa que le va a reportar unos grandes beneficios.

Pero el riesgo, según le ha transmitido Richard Gibson, director de la sucursal argentina del National City Bank de Nueva York, es muy alto.

Se encuentra en la esquina de Azcuénaga con Vicente López. Se detiene.

Algo hace que interrumpa la marcha, pero no sabe muy bien qué ha sido.

Escucha algo parecido a un lamento. No puede ser. Aquí no hay nadie, se dice.

Dirige la mirada a su alrededor y comprueba que una joven se encuentra a su espalda.

Está sollozando. Eso puede ser lo que ha escuchado, sin ser verdaderamente consciente.

La joven lo mira. Sus ojos están llorosos. Casimiro la observa fijamente, pero no puede evitar revisar su aspecto de arriba a abajo.

Convencido de que la muchacha se dirige a una fiesta de disfraces y probablemente se ha perdido, acude a su encuentro para ayudarla.

¿Qué haces? ¿Estás perdida? Le pregunta. La joven niega con la cabeza al tiempo que suspira visiblemente.

¿Por qué lloras? Insiste Casimiro.

La muchacha esconde entonces la mirada mientras alza las manos para retocarse la larga cabellera que ahora cuelga sobre su hombro izquierdo.

El hombre aprovecha para repasar con asombro la vestimenta anacrónica que porta la joven.

Se trata de un vestido blanco, casi una túnica, de otra época, quizá de finales del siglo pasado o primeros de este, piensa.

¿Te encontrás sola aquí? ¿No hay nadie con vos? La joven niega una y otra vez todo lo que el amable señor le pregunta, pero Casimiro aún no ha escuchado la voz de la joven.

Todavía no ha pronunciado ni una sola palabra.

Al final, y como última oportunidad de ayudar a la chica antes de seguir su camino, le pregunta su nombre.

La muchacha ahora sí responde inmediatamente, lo que deja perplejo a Casimiro que no entiende nada.

Ya más tranquilo, pensando que puede prestarle algún auxilio en aquello que sea que la aflige, el hombre la invita a que lo acompañe en su paseo por las tranquilas calles que bordean la recoleta.

La joven parece estar dispuesta a acompañar a Casimiro, pero vacila al dar el primer paso.

Dale, solo será un momento, anima a Casimiro.

La muchacha avanza hacia él y juntos comienzan a caminar por la calle Vicente López.

De repente, el hombre se sorprende a sí mismo relatándole los pormenores de la operación financiera que acaba de firmar en el banco.

Su cara de satisfacción se ve reflejada en la de la joven que muestra atención en todo lo que Casimiro cuenta.

De repente, una suave brisa gélida hace estremecer a la muchacha que comienza a calentarse los brazos desnudos con las manos.

Rápidamente, Casimiro se desprende de su americana para colocarla sobre los hombros de la joven.

«Parece que entra en calor», piensa Casimiro.

Continúan caminando por la acera que rodea el cementerio y el hombre insiste en contarle a la muchacha que le da la bienvenida.

Nada más que a las nubes de la noche, el hombre se desprende de ella.

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