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RELATOS INVISIBLES
El oscuro tormento de Aurore

El oscuro tormento de Aurore 2uw3v

2/3/2025 · 51:41
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Descripción de El oscuro tormento de Aurore l3911

Una pequeña pero encantadora villa situada en el estado canadiense de Quebec fue el escenario de un suceso que cambió mentalidades, conductas y leyes del país americano, y del mundo entero, a primeros del siglo XX. La protagonista, Aurore Gagnon, el motivo, el maltrato infantil. En este episodio te cuento su dolorosa historia y por qué su tormento concienció a la humanidad de la necesidad de alejar a los niños de la barbarie de los mayores. 17464i

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Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

RELATOS INVISIBLES PRESENTADO El oscuro tormento de Aurore Aurore Gagnon nació el 31 de mayo de 1909 en la pequeña población canadiense de Saint-Philomène-de-Fonterville a las afueras de Quebec.

Sus padres, Marion Canon y Telesfor Gagnon, contrajeron matrimonio en 1906 y Aurore fue la segunda de cinco hermanos.

A Marie-Jeanne, la primera en llegar a este mundo, le siguió Aurore, a continuación lo hizo Lucine, Georges y Joseph.

Todos ellos crecieron en el seno de una familia católica que a su vez se encontraba totalmente integrada en una sociedad rural y endógena cuyo centro social era la parroquia de Saint-Philomène regentada por el párroco Ferdinand Massé, verdadera autoridad local.

En aquel pueblo todos lo sabían todo de todos.

Aunque cada familia de Fonterville se ocupaba de sus propios asuntos, no había secretos que perduraran mucho tiempo dado que cualquier confidencia o recato acababa sabiéndose.

De modo que no es extraño que en esta historia las gentes de este pequeño villorrio llamado Saint-Philomène-de-Fonterville jugara un papel determinante.

Telesfor se ganaba la vida como leñador y agricultor.

Era una persona apreciada en la villa que no se apartaba de ayudar a los de su comunidad siempre que acudían a él, incluso prestándoles dinero, si era el caso.

Telesfor se casó con su prima Marianne, práctica que era algo habitual en sociedades endogámicas como la de Fonterville en aquellos años y que aún hoy perdura en numerosas culturas.

Por entonces, él tenía 23 años y Marianne 18.

La boda se celebró el 12 de septiembre de 1906 y tras la ceremonia, el matrimonio se mudó a su nuevo hogar, construido por Telesfor con sus propias manos, a las afueras de la villa.

El invierno en aquellas tierras era especialmente duro, las intensas nevadas no daban tregua y los hogares había que calentarlos a toda costa.

Los numerosos lagos de la zona se encontraban congelados y así permanecerían los próximos meses.

—¡Buenos días, Oreus! Dijo Telesfor nada más entrar al almacén.

—¡Salud, Telesfor! Respondió Oreus, quien además de regentar el negocio de la villa, era el juez de paz.

—¿Qué te vas a llevar hoy? —Dos sacos de carbón y dos de café.

—Perfecto, carga el carbón en el carro, yo te llevo el café.

Telesfor se dirigió a la trasera del colmado donde se almacenaban los sacos de carbón.

—¿Cómo está Marianne? Preguntó Oreus.

—¿Se le ha quitado esa tos tan mala que tiene? —No, me temo que no, suspiró Telesfor.

Hasta que no llegue el buen tiempo, no se curará del todo.

—Claro, este frío y esta humedad no es buena para nadie.

—¿Y el bebé para cuándo? —Para la primavera, si Dios quiere.

—Seguro que será un niño que te ayudará en las faenas del bosque.

—Sí, eso dice Marianne, respondió Telesfor.

Con él podremos talar todo el bosque de North Lake.

—¿Y todo el estado? Rió el juez de paz.

Con toda la mercancía cargada en la carreta, Telesfor se dirigió a casa, donde Marianne y los niños lo esperaban para la cena.

Pero antes se desvió a casa de su primo Napoleón.

Se encontraba en cama con neumonía.

Al escuchar el carro tirado por los dos caballos, Marianne Hood salió a recibirlo.

Telesfor se bajó del carro.

—¿Cómo está Napoleón? —Igual, respondió su prima política.

—No parece que mejore.

—¿Qué ha dicho el médico? —No ha dicho gran cosa.

Debe seguir con el medicamento que le trajo.

Respondió Marianne Hood con un tono de resignación.

—Creo que no me dice toda la verdad.

—No digas eso.

Ya verás cómo Napoleón, tú y los niños, saltaréis adelante.

Marianne Hood no dijo nada.

Solo se limitó a clavar sus incisivos ojos azules en los de Telesfor.

Marianne se hallaba en la cama en el momento en el que Telesfor llegó a casa después de haber visitado a su primo al que había encontrado francamente desmejorado, lo que le había puesto muy mal cuerpo, hasta el punto de que temía por su vida.

Sus hijas Marianne y Aurore salieron a recibirlo y a contarle que su madre había pasado la tarde tosiendo y que en uno de esos s había escupido sangre.

Esto petrificó a Telesfor, que por unos momentos permaneció paralizado, sin saber qué hacer frente a la escalera que conducía a los dormitorios.

Su intención era ir a buscarlo.

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