PITÁGORAS Y LOS VERSOS AÚREOS 4i4c54

Bienvenidas y bienvenidos a Horizontes Perdidos, un podcast de Leo Vicent.

Entrad libremente y por vuestra propia voluntad.

Un viaje mágico para recuperar el centro.

Sendas a los adentros, geografía mítica y atlas espiritual para nobles viajeros.

Antes de que llegara la modernidad, en los cuadros había vírgenes, batallas, dioses desnudos, retratos de reyes y el espectro de la muerte con un paisaje detrás.

Y todas las figuras podían abandonar el lienzo, puesto que entonces las formas volaban.

La pintura no estaba limitada por el marco.

La escultura iba más allá de su volumen y la muerte no tenía los ojos verdes.

Pero caminaba descalza por la playa entre barcas varadas.

Los artistas ungidos eran los únicos comisarios del arte.

No obstante, en el inicio del siglo XX se produjo la primera rebelión.

Los personajes de los cuadros un día dejaron de bajar de las paredes del salón y ya no se sentaron nunca más a la mesa del coleccionista para desayunar con él.

De pronto todo el arte se desbordó por los límites y dejó de desarrollarse fuera de la copa donde había germinado hasta quedar integrado en el ámbito y la vida del espectador.

En adelante ya no podría entenderse la pintura si no era en función de un espacio o de un estado de ánimo.

Ni la escultura tendría nunca sentido al margen de las colinas del jardín o del alma.

Asimismo Mozart, después de conquistar las esferas, entró por el hilo musical en los urinarios públicos, en las consultas de los odontólogos y la danza puso a arder el corazón de la multitud en los grandes espectáculos.

De este modo se preparó el camino de la última revolución estética mediante la cual el consumidor de arte se ha convertido ahora en el artista propiamente dicho.

Todo consiste en hacer de la existencia una obra de creación continua para lograr que la música, la pintura, la danza y la misma muerte adopten las formas exteriores de la sensibilidad que vas vivificando con la pasión de cada hora.

Pero ¿no podrá decirse que eres un artista moderno? ¡Qué paradoja, ¿verdad? Porque no hay nada más moderno que lo clásico.

Hasta que no descubras que la muerte es bella como un teorema de Pitágoras y camina descalza entre barcas varadas por la arena y el agua de una playa lívida.

¡Coronel!