
Osito y otros relatos, por Cristina Grande y Manuel Espada gq5p
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Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Cristina Grande. Osito. Era marino. Y se parecía a Conan el Bárbaro. Yo estaba en paro. Con el finiquito me fui a Ámsterdam. Con mi amiga Marcia. No éramos de esas amigas que hablan sin parar de sus cosas. Nos gustaba beber juntas y ligar por separado. No recuerdo su nombre. Lo cierto es que no llegué a entenderlo. Aunque se lo pregunté varias veces. Creo que era alemán. Hablaba un inglés macarrónico. Y entendí que estaba separado.
Que vivía en Sydney y que le gustaría vivir en Costa Rica. Marcia y yo habíamos tomado la penúltima en el bar de nuestro hotelucho junto al puerto. Él estaba en la otra punta de la barra. Y solo se dirigió a mí. Cuando ya nos retirábamos tambaleantes a nuestra asquerosa habitación. La suya no era mejor. Pero me sentí a gusto con aquel bárbaro. Pensé que en sus enormes maletas cabrían mis cuatro cosas. Incluso yo misma.
Vi un osito de peluche muy viejo encima de una de ellas por la mañana. Me dijo que debía irme. Y ya junto a la puerta supe que eran vanas mis ilusiones de que al menos me regalara el osito.
Toguanda. La noche me llevo al Toguanda. Que era una asociación de gays y lesbianas del casco viejo.
Fui del brazo de un músico que además era bibliotecario. Nos teníamos muy vistos. Pero poco que decirnos. La música me había abandonado unos 20 años atrás. Sin poder decir cómo ni por qué.
Esa noche llegamos al acuerdo tácito de acompañarnos el uno al otro sin tener que contarnos nuestra vida. Aunque nuestros objetivos eran bien distintos. Íbamos de un bar a otro como si fuésemos plaquetas que van a taponar una herida. La noche nos arrastraba.
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