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Por un beso que se olvidó
El hijo, de Horacio Quiroga

El hijo, de Horacio Quiroga 473i18

22/12/2024 · 30:10
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Por un beso que se olvidó

Descripción de El hijo, de Horacio Quiroga q534y

Publicado en 1935 en la antología "Más allá", Horacio Quiroga nos lleva nuevamente a Misiones, ese paraje que presenta extremos contrastes lleno de belleza y exigencia, donde el color rojizo de la tierra abrasada por el sol convive con la selva tropical y donde el alma atormentada parece encontrar acomodo; eso sí, a costa de pagar un duro peaje que el autor parece dispuesto a realizar. El relato que le presentamos esta noche fue titulado, originalmente, como "El padre" (1928, La Nación) y, ciertamente, mucho del peso psicológico del texto se halla en él. Nuestro esfuerzo ha querido crear un ritmo en el que estos elementos -Naturaleza autóctona, la psicología y misterio- se entrelacen en su cerebro, eso sí, con el áspero abrazo de las ramas que lo envuelven todo y el último canto del águila Arpía. Esperamos que sea de su agrado. Música: "Bonne Chance, Jack", de la película "Mon Nom Est Personne", de Ennio Morricone; Lullabing"; de John Barry y extractos de la banda sonora de "Missus", de Ennio Morricone. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/1464587 p5627

Lee el podcast de El hijo, de Horacio Quiroga

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Es un poderoso día de verano, en misiones, con todo el sol, el calor y la calma que puede deparar la estación.

La naturaleza, plenamente abierta, se siente satisfecha de sí.

Como el sol, el calor y la calma ambiente, el padre abre también su corazón a la naturaleza.

«Ten cuidado, chiquito», dice a su hijo, abreviando en esa frase todas las observaciones del caso.

Y que su hijo comprende perfectamente.

«Sí, papá», responde la criatura, mientras coge la escopeta y carga de cartuchos los bolsillos de su camisa, que cierra con cuidado.

Vuelve a la hora de almorzar, observa aún el padre, «Sí, papá», repite el chico.

Equilibra la escopeta en la mano, sonríe a su padre, lo besa en la cabeza y parte.

Su padre lo sigue un rato con los ojos y vuelve a su quehacer de ese día, feliz con la alegría de su pequeño.

Sabe que su hijo, educado desde su más tierna infancia en el hábito y la precaución del peligro, puede manejar un fusil y cazar, no importa qué, aunque es muy alto para su edad, no tiene sino trece años, y parecería tener menos a juzgar por la pureza de sus ojos azules, frescos aún de sorpresa infantil.

No necesita el padre levantar los ojos de su quehacer para seguir con la mente la marcha de su hijo.

Ha cruzado la picada roja y se encamina rectamente al monte a través del abra del espartillo.

Para cazar en el monte, caza de pelo, se requiere más paciencia de la que su cachorro puede rendir.

Después de atravesar esa isla de monte, su hijo costeará la linde de cactus hasta el bañado, en procura de palomas, tucanes o tal cual casal de garzas, como las que su amigo Juan ha descubierto días anteriores.

Sólo ahora el padre lo sabe.

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