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Oliver Ray Audiolibros
Oliver Ray y las Luciérnagas del Infinito (Audiolibro) - Capítulo 20: Las Estrellas

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18/2/2025 · 20:30
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Desde que aquella enorme roca se estrellara contra la Luna, alejándola de su órbita, las cosas en la Tierra han sido cada vez más difíciles. Pero no para Oliver Ray, un chico de trece años que ha pasado toda su vida entre las paredes de “La Araña”. Así se llama la nave colonial que está a punto de llegar a su destino, el planeta “Xindi”. Pero la tierra prometida no estará exenta de riesgos. Oliver y sus amigos aprenderán que en la oscuridad del espacio se ocultan peligros que nunca habían imaginado. Descubre con ellos la magia de las estrellas. #audiolibro #cienciaficcionjuvenil #espacio #robots 3ui55

Lee el podcast de Oliver Ray y las Luciérnagas del Infinito (Audiolibro) - Capítulo 20: Las Estrellas

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Capítulo veinte. Las estrellas. Oliver se veía a sí mismo postrado en el suelo. Los demás le rodeaban con los semblantes desencajados. Al mirar a un lado, vio flotando junto a él la forma de una mujer que parecía formada por millones de pequeñas luces doradas y brillantes.

«No te asustes, Oliver», dijo la mujer con una voz que parecía atravesar un largo túnel. Pero él no sentía nada, ni dolor, ni miedo, ni preocupación alguna. Levitaba por encima de la escena como ajeno a todo aquello. «¿Sabes cómo me llamo?», preguntó el muchacho. «Sé muchas cosas de ti».

«Me has ayudado todo este tiempo», acertó decir Oliver. «¿Por qué? ¿Quién eres?» «Nuestras energías están muy unidas. He venido a guiarte».

La imagen de la mujer perdía nitidez por momentos, y su voz se entrecortaba.

«Tienes que hablar con ellas. Sólo tú puedes hacerlo. Habla con las estrellas, Oliver. Ellas lo custodian todo». Oliver abrió lentamente los ojos para ver encima de él los aliviados rostros de sus compañeros. Tenía una sensación extraña. Estaba más despierto que nunca, como si viera el mundo por primera vez. Es verdad que su enlace ya no estaba para conectarse y comunicarse con quien quisiera, pero, por otro lado, sentía todo a su alrededor con una gran viveza.

Los colores, los sonidos, la percepción del suelo debajo suyo e incluso de su propio cuerpo. Sentía un sabor ácido en la boca y un dolor punzante en la nuca. «Ya sé lo que tengo que hacer», dijo incorporándose. «Oliver, estate quieto», dijo su padre intentando retenerle. «Tienes que descansar. Has perdido mucha sangre». «Andrew, el tiempo se nos acaba.

No tendremos otra oportunidad. Necesito tu ayuda». El padre lo miró boquiabierto y, tras unos instantes, asintió con la cabeza. «Pulpo, quédate aquí», le dijo Oliver al oído.

«Si algo me pasara, quiero que cuides de Roddy. ¿Lo harás?».

«Oli, ¿yo?». «Sí, claro. Por cierto, ¿te sobra algo de cielo azul?».

«Eh, sí». Pulpo rebuscó en sus bolsillos. «Toma, ¿pero crees que lo vas a poder usar? Ya sabes, sin tu...». «No te preocupes por eso», se volvió hacia el robot.

«Roddy, volveremos enseguida. Ayúdate a Ian a poner la nave a punto, ¿vale?».

«Claro, señor», dijo el robot que observaba un de control. «Dense prisa. Los registros muestran un aumento de la actividad sísmica en las cercanías». Oliver asintió y miró a Lily fijamente. «Lily, ¿yo?», empezó a decir. «Si lo que quieres es una cita, será mejor que vuelvas de una pieza, Oliver Rey», contestó ella sonriendo. Él le devolvió la sonrisa y se dirigió a Taiyan.

«¿Estás en condiciones de pilotar?», le preguntó. «Bueno, me las apañaré».

«Escucha atentamente. Si al cabo de una hora no hemos vuelto, quiero que os marchéis inmediatamente a Cindy. No esperéis por nosotros. ¿Harás eso por mí?». «Descuida, flacucho, será un placer perderte de vista». Taiyan le miró a los ojos. «Pero no te hagas el héroe. No soportaría tener que escuchar el resto de mi vida la historia de cómo te sacrificaste por todos nosotros».

«La vida es dura, ¿eh?», dijo Oliver ofreciendo su antebrazo. «Una hora», dijo Taiyan chocándoselo.

Oliver y su padre se dirigieron al museo, atravesaron el pasillo de vitrinas y bajaron en la plataforma del tótem dorado. Cuando caminaban sobre la pasarela, notaron una fuerte sacudida que hizo que se agarraran a la barandilla para no caerse. Varios trozos de roca cayeron cerca de ellos. «Esto no me gusta nada, Oliver». «Ahora no podemos echarnos atrás, vamos», contestó el chico ayudando a su padre a mantener la estabilidad.

Cuando por fin llegaron a la sala del Enlace Universal, Andrew empezó a activar los diferentes aparatos. «¿Estás seguro de lo que vas a hacer?», dijo. «Si, como tú dices, esta máquina es una versión a gran escala del sistema de control mental de Groban, no funcionará si tienes un enlace implantado», explicó Oliver.

«Así que creo que, ahora mismo, soy el más indicado para usarla».

«Yo podría estirparme el enlace e intentarlo otra vez».

«Andrew, todavía no te has recuperado. Además, iré más tranquilo sabiendo que estás aquí, encargándote de todo». Oliver se reclinó en el liván del centro de la sala y su padre se le acercó. Oliver.

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