
Oliver Ray y el Centro del Universo (Audiolibro) - Capítulo 8: Incursión en la Araña 59491q
Descripción de Oliver Ray y el Centro del Universo (Audiolibro) - Capítulo 8: Incursión en la Araña 6735d
Oliver trata de adaptarse a su nueva vida en el planeta “Xindi”, pero las cosas no terminan de salirle bien. En el fondo, sabe que algo dentro de él no encaja y está dispuesto a ir lejos, todo lo lejos que haga falta, para conseguir respuestas. Tras lo sucedido en “Oliver Ray y las Luciérnagas del Infinito”, el chico de las estrellas y sus amigos vuelven en esta trepidante aventura, donde viajarán a rincones increíbles de la galaxia y se las tendrán que ver con nuevos y viejos enemigos. Descubre con ellos la magia de las estrellas. 6fv5m
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Capítulo 8. Huida.
—Krupp —llamó Ángelo—.
—Krupp, ¿estás bien, amigo mío? —Me siento como si me hubiese aplastado un asteroide.
El gigante púrpura lanzó un cujín.
Un gruñido quejumbroso.
—¿Dónde neutrinos estamos? —Estamos en el último sitio en el que querríamos estar —contestó Oliver.
—Créedme, os lo digo por experiencia.
—La próxima vez que me encuentre con uno de esos mecanodontes, os juro que no me cogerán por sorpresa —bramó Krupp.
—Pienso arrancarles una por una sus extremidades metálicas.
—Antes tenemos que buscar la manera de salir de aquí, mi querido y morado amigo —dijo Ángelo.
—¿Alguna idea, chico? Oliver miraba pensativo el muro de plasma cuando oyó un gran estruendo en la celda de Krupp, seguida de un lamento y varios juramentos proferidos por el mutante Violeta.
Oliver suspiró y activó el generador que tenía acoplado a su hornés.
Este vibró con un leve zumbido y empezó a soltar unos chisporroteos rosados.
Una burbuja empezó a formarse en su pecho.
Tras girar un control, la burbuja empezó a crecer, terminando por envolver a Oliver.
—Bueno, la hora de la verdad —pensó para sí, y dio un paso adelante con decisión.
Tras una primera resistencia, el plasma del muro rodeó la burbuja, dejando pasar al chico al otro lado.
—¡Funcionó! ¡Estoy fuera! —¡Estupendo! —respondió Krupp. —¡Sácanos de esta pocilga! Oliver desactivó los conmutadores de las otras dos celdas, liberando a sus amigos.
—Hay que buscar a Andrew —dijo Ángelo.
—Me imagino dónde está —contestó Oliver.
—Estas celdas están al final de un pasillo.
Antes de llegar aquí tuvimos que dejar a mano derecha una puerta que pone «Juzgado». A través de esa estancia se accede a la sala de reajuste.
—¡Estupendo! ¡No se hable más! —dijo Krupp.
—Tratemos de ser más precavidos esta vez —aconsejó Oliver.
Pero Krupp ya había ido hasta el a la zona de celdas y había tirado la puerta con una potente patada. —¡Bendita su utilidad! —murmuró Ángelo.
Salieron al pasillo principal y Ángelo encontró su vara apoyada en la pared.
Tras recuperarla, prosiguieron hasta la entrada del «Juzgado».
Krupp ya se acercaba con la intención de derribar la puerta, pero Ángelo lo detuvo con un gesto de que guardara silencio. Acto seguido, pulsó en un interruptor junto a la puerta, y esta se abrió sin mayor problema. Ángelo hizo una reverencia invitando a entrar al gigante púrpura, que resopló fastidiado antes de cruzar la puerta.
Al entrar en el «Juzgado», daba la impresión de lugar de paso, de mero trámite para lo realmente terrible. La diminuta estancia, poco más grande que un recibidor, contaba a la izquierda con un pequeño estrado elevado donde, supuestamente, el juez leería los cargos al acusado y dictaría ascendencia. Frente a él, un prisma cuadrangular blanco hacía las veces de asiento para el acusado.
Al fondo, podía verse una puerta negra mate sin ningún letrero. Oliver se colocó frente a ella e hizo gestos con la cabeza para que sus amigos ocuparan posiciones a ambos lados. Ángelo le lanzó una mirada inquisidora, pero Oliver simplemente se encogió de hombros y accionó la apertura de la puerta. Tuvo tiempo de ver a su padre tumbado en un diván y sujeto con varias correas. Llevaba una especie de corona negra que reconoció de su anterior paso por la sala de interrogatorios. Andrew levantó la cabeza y exclamó el nombre de su hijo.
«Bueno, al menos parece que está bien», pensó Oliver. No pudo fijarse en nada más porque los dos guardias que estaban en la estancia se giraron y fueron hacia él. «Perdón, estaba buscando los baños», dijo. Oliver corrió hacia el pasillo principal, pero no tuvo que ir muy lejos porque, en cuanto los dos guardias atravesaron la puerta, uno fue noqueado de un puñetazo por Krupp y el otro cayó al suelo tras tropezar con el palo de Ángelo, que también lo dejó sin sentido con un certero revés. «¡Ah! Yo he sido más rápido», se paboneó Krupp.
«Bueno, pero yo lo he hecho con más estilo», bromeó Ángelo. «Lo que cuenta es la efectividad, no las florituras baratas, artistilla». «Eso lo dirás tú, pedazo de bruto», rió Ángelo.
«¡Ahem!», carraspeó Oliver. «Ah, sí, perdona, chico», dijo Ángelo. «Vamos a ver cómo está tu padre». La sala de reajuste era considerablemente más grande que el propio juzgado, con las paredes cubiertas de unos pequeños conos acolchados y varios sensores y pantallas rodeando el diván en el que retenían a Andrew. Oliver se acercó a su padre que, aparentemente, no presentaba ningún trauma, y lo liberó de sus ataduras.
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