EXPEDIENTE EXPRESS #4: Mark Twitchell | Un Guión Mortal 5c4u6c

Estás escuchando los Expedientes Express de Investigadictos con Nacho Jiménez. Conduce
a través del callejón y aparca en la entrada de gravilla junto al garaje. Dejaré la puerta
entreabierta para que puedas deslizarte por debajo. Cuando ya estés dentro, ciérrala.
No es precisamente la manera más convencional que digamos de quedar con alguien por primera
vez. Pero estas son las instrucciones que recibe Gilles Tetrold tras varias semanas
chateando en plentyoffish.com con una mujer que responde al nombre de Sheena.
Han estado intercambiando mensajes, coqueteando y finalmente han decidido conocerse en persona.
Pero hay un problema, y es que Sheena, la dulce Sheena, no existe.
Siguiendo las indicaciones que le han dado y movido por esa pulsión tan masculina,
esa ceguera momentánea que ha hecho que caigan hasta emperadores,
Gilles se desliza bajo la puerta del garaje y se adentra en la penumbra. El aire es denso,
cargado con un olor frío a aceite y metal oxidado. Hay algo bastante tétrico en todo
el asunto, pero todo sea por el amor, todo sea por Sheena. Y es entonces precisamente cuando
está pensando en esto cuando lo ve. La figura de un hombre en una postura amenazante. Una
máscara de hockey cubre su rostro. En su mano un objeto metálico que brilla con un destello azul
eléctrico. En cuestión de segundos, el impacto. Una descarga de 800 voltios sacude todo su cuerpo
y lo tumba haciéndole caer como el árbol talado. Su cuerpo convulsiona sin control,
intenta respirar, pero no puede. Es entonces cuando el atacante se abalanza sobre él y le
cubre los ojos con una cinta adhesiva. El instinto de supervivencia de Gilles se activa con un
estallido de adrenalina. Se retuerce, lucha y consigue incluso arrancarse la cinta. Pero lo
primero que ve conforme recupera la visión y el control de su cuerpo es el cañón de un arma
apuntándole directamente a la cara. Detrás de la máscara unos ojos fríos, calculadores. Unos ojos
que no albergan ninguna duda, no hay ningún tipo de remordimiento. Se trata de un hombre, piensa
Gilles, que está preparado para matarle. Tetrol no piensa, no tiene tiempo para hacerlo, lo sabe,
así que simplemente reacciona. Se lanza sobre el arma ignorando todo aquello que podría salir mal,
forcejea, tira de ella con todas sus fuerzas intentando no ponerse en su trayectoria y entonces
la revelación. El arma es tan solo una réplica de plástico, un ardiz, un truco. Aprovechando la
conmoción del asaltante que ha quedado descubierto, la suelta de inmediato y se deja caer al suelo
mientras rueda con todas sus fuerzas hasta la puerta del garaje. Deslizándose por debajo,
logra salir al callejón. El frío del exterior sobre su piel es como un extraño premio,
una victoria. Ha escapado, o al menos eso cree. Porque hay un problema, y un problema bastante
serio. Sus piernas todavía no le responden. La descarga ha dejado su cuerpo entumecido,
como si su sistema nervioso se hubiera desconectado de golpe. Gilles intenta arrastrarse clavando los
codos en la grava, pero su atacante aparece tras él en cuestión de segundos. El siniestro personaje
le agarra por los tobillos e intenta arrastrarlo de vuelta hacia el interior del garaje, hacia su
cadalso. Pero en medio del caos surge una oportunidad. A tan solo unos metros aparece
una pareja que pasea a su perro. Gilles grita, pide ayuda. Se retuerce en el suelo implorando
con la voz totalmente quebrada por el miedo. El atacante, lejos de perder la calma, se ríe y le
dice en voz alta con tono jovial. Vamos Frank, volvamos al garaje.