EP27. "Te amo... si estas roto, si me amas... te destrozo. (La mentira del amor eterno) 2c3o21

Si me respetas, te amo, si no me traicionas, si no me abandonas emocionalmente, mientras me haces sentir amado, quita esas condiciones y verás como ese amor eterno se pudre.

Rascondico no era un monstruo, era un hombre roto, una idea fallida, un alma que quería redimirse, pero no por amor, sino para soportar el peso insoportable de sí mismo.

Sonia, la prostituta, lo ama, pero no lo ama incondicionalmente. Lo ama porque ve en él una sombra de su propio dolor, porque él es su espejo moral, porque necesita creer que ambos pueden salvarse mutuamente de la putrefacción espiritual.

Ella no lo ama a pesar de su crimen, lo ama porque su crimen lo hace humano, porque su caída lo desarma y le permite proyectar en él su necesidad de redención.

La frase amor incondicional suena bien en canciones, cuentos de hadas o sermones religiosos, pero no existe en la práctica humana real.

Todo vínculo afectivo, incluso el más profundo, se sostiene sobre acuerdos no escritos, necesidades, proyecciones y límites.

Cuando alguien dice, yo te amo pase lo que pase, rara vez ha vivido el pase lo que pase.

Basta una infidelidad, una traición emocional, un abandono prolongado, una pérdida del deseo o un quiebre de expectativas para que el supuesto amor incondicional se convierta en resentimiento o desinterés.

Ahí está la verdad oculta. Sonia no ama al asesino, ama al hombre que sufre, ama al hombre que busca algo más allá de la muerte interna.

Si Raskolnikov no se hubiera quebrado, si no hubiera mostrado sus llagas, su angustia, su derrota, ese amor no habría existido.

El amor de Sonia tiene un precio, la confesión, el quebranto, el dolor, la entrega. Sin eso, el amor no nace.

Nadie ama sin querer nada a cambio. Nadie ama en un vacío moral, físico o emocional, porque incluso la capacidad de amar se agota cuando no es alimentada.

Nos dijeron que el amor verdadero no conoce límites, que hay alguien allá afuera dispuesto a amarte aunque te rompas, aunque te sucies, aunque ya no seas quien fuiste.

Nos inyectaron la promesa del amor incondicional como si fuera un antídoto contra el abandono, cuando en realidad es un anestésico para no ver la verdad.

Y la verdad es ésta. El amor sí se acaba, sí tiene condiciones, y no todos te van a amar, incluso aunque te lo hayan prometido entre lágrimas.

El amor no es un templo, es un contrato con cláusulas invisibles, cláusulas que dicen, te amaré mientras me hagas sentir especial, te amaré mientras es funcional para mi vacío, te amaré mientras me confirmes la historia que quiero contarme a mí mismo.

Rompes una de esas cláusulas y el amor se vuelve humo.

Sonya representa la necesidad humana de amar desde la herida, pero no ama desde la incondicionalidad, ama bajo la condición de la redención compartida.

Rascalico se convierte en alguien digno de amor cuando se deja destruir, cuando ya no es arrogancia, ni teoría, ni poder, sino ruina.

Y entonces se vuelve posible amarlo, no por lo que es, sino por lo que revela.