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¿Existe el crimen perfecto o solo una mala investigación? Los asesinos de Elisa Abruñedo, el holandés de Petín o Carlos Alberto Videira creían que iban a librarse de la justicia pero nada escapa al ojo policial. Años de trabajo entre árboles genealógicos y el gen único de los pelirrojos, la simple casualidad o una novedosa técnica de reconstrucción facil permitió atrapar a tres criminales que se creían impunen. 2j38j
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Existe el crimen perfecto. El paso del tiempo puede resultar un arma de doble filo para los investigadores, porque aunque muchas veces corre en contra de la justicia llevando asesinatos a la prescripción, también favorece a la mejora y evolución de las técnicas forenses, permitiendo la resolución de casos complejos o cometidos hace años o incluso décadas.
A estos se les conoce como casos fríos, permanecen archivados de forma provisional hasta que una nueva pista, un nuevo testigo o un avance en la ciencia dé un hilo del que tirar.
Así ocurrió con los homicidios de Elisa Bruñedo, cometido en 2013 en el Concello Coruñés de Cabanas, el de Martín Benforden en la aldea Aurensana de Santoaya en 2010 o, más reciente, el crimen de Carlos Alberto Viedeira en 2018, cuyo cuerpo fue hallado en un pozo de Oporriño.
En este sexto capítulo de Fundido a Negro conoceremos cómo, tras años de investigación, estos puzzles sin piezas llegaron a completarse. ¡Arrancamos! El empeño en que ninguna desaparición o asesinato quede sin resolver suele dar sus frutos. Así ocurrió con el crimen de Elisa Bruñedo, una mujer de 46 años, madre de dos hijos y trabajadora de una residencia de ancianos que, como todos los días, salió a caminar por los alrededores de su casa.
La tarde-noche del 1 de septiembre de 2013 no regresó.
Al día siguiente, un vecino localizó su cadáver a 200 metros de la vivienda familiar en la aldea de La Bandeira, en el Concello Coruñés de Cabanas.
Había sido violada y asesinada a puñaladas por alguien que apenas dejó rastro.
Y decimos apenas porque en este caso la Guardia Civil, que se hizo cargo de la investigación, escudriñó y sacó todo el jugo posible a la tecnología forense más avanzada para dar con pistas mínimas pero fundamentales y, a la vez, tiró de la vieja usanza, de papeles, concretamente de los libros parroquiales de la Catedral de Mondoñedo.
Modernidad y tradición permitieron, diez años después, dar con el presunto autor del que semejaba un crimen perfecto.
La aldea de La Bandeira, a poco menos de 15 minutos en coche del centro de Ferrol, centró por completo la investigación.
Pocas casas y pocos vecinos, un entorno rural en el que difícilmente pasaba algo y donde la criminalidad era algo, hasta entonces, anecdótico.
Elisa regresaba a su domicilio después de trabajar en una residencia de ancianos, cuando, como hacía diario, se fue a caminar por unas pistas forestales de la zona.
Llega incluso a cruzarse con un vecino a poquitos metros de su casa, el mismo vecino que, 24 horas después, encontraba su cuerpo sin vida en un bosque de pinales.
Fue asesinada.
La autopsia reveló también una violación.
La inspección ocular del escenario y del cuerpo fue meticulosa hasta el punto que se logró extraer del cadáver de Elisa un rastro de ADN desconocido, que con el paso de los años sería clave para el esclarecimiento del caso porque era el de su asesino.
En ese momento, recordamos septiembre de 2013, las únicas pistas con las que contaba la Guardia Civil eran las testificales, la del vecino que encontró el cuerpo y la de otro paisano que relató cómo a la tarde de su desaparición vio por una de estas pistas forestales un vehículo Citroën ZX en buen estado de un color verde-gris áceo aparcado de mala manera, como si el conductor se hubiese bajado con prisa.
Ese fue el primer hilo del que se podía tirar, aunque demasiado genérico para por sí solo llegar a un sospechoso.
¿Pudo ser ese conductor el asesino de Elisa? Sigamos con la investigación.
Se estimó que la mujer iba estudiando música, lo que imposibilitó que pudiera haber escuchado los pasos de su asesino acercándose.
Fue un ataque sorpresivo.
Poco o nada pudo hacer Elisa para defenderse.
Las heridas y cortes que tenía eran compatibles con las de un cuchillo empleado para la caza.
En el Consejo de Cabanas es una práctica muy habitual, por lo que la primera puerta a la que tocaron los investigadores es la de los cazadores.
Y es que el día antes del crimen se realizó una batida en la zona, por lo que los investigadores hacen un listado de todos los cazadores que participaron y los que formaban parte del COTO, buscando si alguno de ellos tenía un Citroën ZX verde-gris áceo.
Nada de nada.
Esto hacía pensar que se trataba de un desconocido, un hombre de fuera de la zona que nada tenía que ver con Elisa o con el pueblo de La Bandeira.
Se investigaron a todos estos cazadores, agresores sexuales de la comarca de los que se tuviera una muestra de ADN para compararla con la recuperada del cuerpo de Elisa y dueños de vehículos que coincidiesen con el avistado por el testigo.
Otra vez, nada de nada.
El laboratorio de la Guardia Civil pudo confirmar que ese ADN era el de un varón, pero no estaba fichado.
Es decir, nunca antes había cometido ningún delito ni tenía antecedentes.
La Base de Datos Nacional de ADN se conoce como CODIS, Combined DNA Index System.
Se trata de un software desarrollado por el FBI para el almacenamiento y comparación de perfiles de datos.
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