
CCR Fans - La Nave Estelar II - Brian Aldiss 36y44
Descripción de CCR Fans - La Nave Estelar II - Brian Aldiss g5n4t
Y aquí tenéis la segunda parte de “La nave estelar” de Brian Aldiss. Cada vez conocemos un poco más del mundo que habitan Roy Complain y los habitantes de Cuarteles. Y veremos cómo la acción nos lleva a otros lugares de ese mundo. Si quieres ar con nosotros puedes hacerlo a través de Ivoox (¡no olvides darle al “me gusta”!) pero también a través de: Facebook: Cita con Rama Podcast Twitter: @rama_con Instagram: @Cita_con_Rama 61o3b
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La vela avanzó lentamente. A medida que se acercaba el periodo de sueño, el estómago de Complain se revolvía más y más, como se anticipara la próxima dosis de castigo.
Un sueño vela de cada cuatro era oscuro, tanto en cuarteles como en todos los territorios conocidos de los alrededores. Aquella no era una oscuridad total, puesto que de trecho en trecho había en los corredores pequeñas luces pilotos que brillaban como lunas cuadradas.
Esta era una ley de la naturaleza y como tal se la aceptaba. En los apartamentos, en cambio, la oscuridad era completa. Algunos ancianos recordaban haber oído decir a sus padres que en sus tiempos de juventud la oscuridad no duraba tanto, pero era evidente que los viejos confundían sus recuerdos y extraían curiosas leyendas de su perdida niñez.
En la oscuridad los pónicos decaían como si fueran de arpillera. Sus tiernos brotes sucumbían y tomaban una coloración negruzca, con la sola excepción de los tallos más suculentos. Era su breve invierno. Con el regreso de la luz surgían nuevos brotes y vástagos que trepaban enérgicamente. Y en un periodo de cuatro sueño velas perecerían a su vez. Sólo los más resistentes o los que estaban en condiciones más ventajosas sobrevivían a ese ciclo.
Durante toda esa vela la mayor parte de los cuartelenses permaneció inert. Casi todos estaban tendidos de espaldas. Todas las grandes festividades acababan en esa quietud general.
Todos estaban exhaustos, pero sobre todo se sentían incapaces de hundirse nuevamente en los rigores de la rutina. La inercia se había impuesto sobre toda la tribu. Mientras el desaliento cubría como una sábana a los habitantes de la aldea, más allá de las barricadas la maraña de pónicos abría rutas internas por los corredores. Sólo el hambre volvería a ponerlos en pie.
—Uno podría asesinarlos en masa sin que nadie levantara una mano para impedirlo —dijo Wantage con un brillo similar a la inspiración en el costado derecho de su rostro.
—¿Por qué no lo haces en ese caso? —se burló Complain. —¿Lo dice la letanía? Bien lo sabes. Todo deseo maligno reprimido se multiplica y devora la mente que lo alberga.
Anda, cara cortada.
En un instante se vio apresado por la muñeca. Una hoja afilada le pasó horizontalmente a dos centímetros de la garganta. Una mueca terrible lo miraba desde muy cerca, con la mitad derecha retorcida por la furia y la otra mitad contorsionada para siempre en una sonrisa carente de significado. Un enorme ojo gris lo fulminaba con su mirada, como absorto en su propia visión.
—Pobre de ti si vuelves a llamarme así, inmundicia —barbotó Wantage. Enseguida apartó la cara y dejó caer la mano armada, en tanto el enojo dejaba paso a la mortificación de recordar su deformidad.
—Lo siento. Complain lamentó esas palabras mientras las pronunciaba, pero el otro no se volvió. El cazador se alejó también, lentamente, con los nervios destrozados por el incidente. Se había encontrado con Wantage a su regreso de la maraña, donde investigaba a aquella tribu próxima. No era seguro que establecieran o con la tribu green, pero de cualquier modo eso sería más adelante. Sin lugar a dudas los primeros roces se producirían entre los cazadores rivales. Eso tal vez significara la muerte. Sería, por cierto, un cambio con respecto a la monotonía. Mientras tanto se reservaba la noticia. Que algún otro, más amante de la autoridad, llevara las nuevas al teniente.
Al dirigirse al cuartel de los guardias para recibir su castigo, no encontró sino a Wantage.
Aún reinaba la inercia. Ni siquiera el fustigador público se vino a desempeñar su función.
—Otro sueño, Bella, te castigaré, ¿quieres? —dijo. —¡Qué apuro tienes! Vete y déjame descansar. Ve a buscarte otra mujer. Complain volvió a su compartimiento. El estómago se le iba tranquilizando poco a poco. En algún punto de un angosto corredor lateral alguien tocaba un instrumento de cuerdas. Captó la letra cantada por una voz de tenor.
Este continuo, tan prolongado, gloria. Una vieja canción, no del todo recordada.
La cortó bruscamente al cerrar la puerta. Una vez más, Maràper lo estaba esperando, con la caragra sienta oculta entre las manos y los anillos centelleándole entre las manos.
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