
CCR Fans Desclasificado - La Nave Estelar I - Brian Aldiss 4a6945
Descripción de CCR Fans Desclasificado - La Nave Estelar I - Brian Aldiss 215t73
En 1958 el escritor británico Brian Aldiss publicó una de las novelas de ciencia ficción más importantes de la historia: “La nave estelar”. En ella cuenta como en una nave generacional sus tripulantes han perdido ya la noción de quienes son y donde se hallan, dividiéndose en tribus y sobreviviendo como pueden en un entorno abiertamente hostil. Poco a poco se irán desvelando los motivos de esa involución mientras seguimos las andanzas de un cazador perteneciente a la tribu Greene. Narrada con maestría y tensión, en esta novela se pueden rastrear temas e imágenes de la moderna ciencia ficción, desde Alien hasta engers, y ahora ofrecemos la narración de su primera parte. Esperamos que lo disfrutéis. Si quieres ar con nosotros puedes hacerlo a través de Ivoox (¡no olvides darle al “me gusta”!) pero también a través de: Facebook: Cita con Rama Podcast Twitter: @rama_con Instagram: @Cita_con_Rama 41w3w
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Primera parte. Cuarteles. El corazón de Roy Complain parecía llenar el claro con sus latidos, como el eco de un radar que rebotara en un objeto distante para retornar después a sus orígenes.
Se detuvo en el umbral de su compartimiento, escuchando a aquel loco martilleo de sus arterias. La voz de Winnie dijo a sus espaldas. Bueno, vete, si eso es lo que quieres. ¿No dijiste que te ibas? Había en esa voz un agudo sarcasmo que le impulsó a hacer claro. Se marchó dando un portazo, sin mirar hacia atrás, con un gruñido sordo en el fondo de la garganta.
Enseguida se frotó dolorosamente las manos, en un intento de recobrar el dominio de sí. Tal era la vida en común con Winnie. Reyertas que se iniciaban por nimiedades, demenciales arranques de cólera que le desgarraban como una enfermedad. Ni siquiera se trataba de simples enojos, sino de algo cenagoso, en cuyos peores momentos conservaba la conciencia de que volvería ella poco después, para humillarse pidiéndole disculpas. Necesitaba a su mujer.
Ahora tan temprano del período de vela, quedaban algunos hombres por allí. Más tarde se dispersarían para ocuparse cada cual de lo suyo. Varios jugaban al viaje ascendente, sentados sobre cubierta. Complain se acercó malhumorado, con las manos en los bolsillos, para contemplar el juego por entre sus cabezas despeinadas. El tablero estaba pintado directamente en la cubierta, y su longitud equivalía a dos veces la de un brazo extendido. Sobre él se veían símbolos y fichas esparcidos.
Uno de los jugadores se inclinó para mover un par de cubos. «Rodeado el cinco», dijo con una sombría expresión de triunfo. Levantó la vista hacia Complain y le guiñó un ojo buscando su complicidad. El espectador se marchó sin más interés. Durante largos períodos de su vida, aquel juego había ejercido sobre él una atracción casi incontenible.
En la adolescencia solía practicarlo hasta que le crujían los de tanto permanecer en cuclillas, hasta que ya no podía fijar la vista sobre los dados de plata. El embrujo del viaje ascendente se extendía también sobre casi todos los de la tribu green. Les proporcionaba una sensación de espacio y de poder, cosas escasas en aquella existencia. Pero Complain se había librado de esa atracción.
En ese momento la echó de menos. Le habría venido bien volver a apasionarse por algo.
Avanzó por el claro, ceñudo, desdeñando las puertas que se abrían a cada lado, pero sin dejar de lanzar rápidas miradas sobre los transeúntes como en busca de una señal.
Allá iba Wantage, a paso rápido, rumbo a las barricadas. Mantenía, como por instinto, el lado izquierdo de la cara fuera de la vista, a fin de ocultar su deformidad. Wantage nunca jugaba ante el largo tablero, porque no podía soportar la presencia de una persona a su izquierda.
¿Cómo era posible que el consejo lo hubiera dejado con vida al nacer? Para los muchos deformes que nacían en la tribu green no cabía otro destino que el cuchillo. Durante su infancia, Wantage recibió de los otros niños el apodo de cara cortada, y fue el blanco de todas sus burlas. Pero a medida que se iba convirtiendo en hombre vigoroso y feroz, los demás decidieron adoptar una actitud más tolerante y acabaron por velar discretamente las puyas.
Sin que Complain tomara mucha conciencia de ello, su falta de rumbo había pasado a tener un propósito definido. Se dirigía también a las barricadas, siguiendo a Wantage. Allí estaba el mejor de los compartimientos, reservado, como era natural, para uso del consejo. Una de las puertas se abrió de par en par. Por ella salió el teniente Green, acompañado por dos de sus oficiales. Green era ya anciano, pero mantenía su carácter irritable. Algo en su paso espasmódico recordaba el andar impetuoso de su juventud.
Patch y Celiac, sus oficiales, marchaban altaneramente a su lado, con las pistolas paralizantes bien visibles en el cinturón. Para diversión de Complain, aquella súbita aparición asustó a Wantage, quien se vio impelido a saludar al jefe. Lo hizo con un ademán vergonzoso, como si quisiera llevarse la cabeza a la mano en vez de hacerlo a la inversa. Celiac respondió con una horrible sonrisa. Casi todo el mundo estaba condenado a la subordinación, aunque el orgullo no les permitiera reconocerlo. Cuando Complain se vio a su vez en el grupo, adoptó el gesto acostumbrado para pasar ante él. Frunció el ceño y volvió la cabeza hacia otro lado.
Nadie podía decir que él, un cazador, difería de cualquier otro. Estaba en las enseñanzas. Ningún hombre es inferior a otro mientras no sienta la necesidad de mostrarle respeto.
Recobrado ya, el ánimo alcanzó a Wantage y le puso la mano en el hombro. Este se volvió rápidamente y le apuntó con una pequeña estaca contra el vientre. Sus movimientos eran breves y veloces, como los de quien se ve ahora.
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