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CRÍMENES QUE MARCARON ESPAÑA
El caso de Angi y el crimen imperfecto

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27/5/2025 · 24:00
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CRÍMENES QUE MARCARON ESPAÑA

Descripción de El caso de Angi y el crimen imperfecto 2f6g1g

Barcelona, 2008. Una diseñadora desaparece tras una cena con una amiga. En un apartamento, su cuerpo cuenta una mentira: un crimen disfrazado de accidente. Descubre la mente detrás del “crimen perfecto”: una mujer que tejió una red de seguros, pelucas y sangre. Desde las playas de Canarias hasta las rejas de una cárcel, su sombra nunca duerme. c675c

Lee el podcast de El caso de Angi y el crimen imperfecto

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Barcelona, febrero de 2008, en un apartamento anónimo del barrio de Gràcia, una limpiadora abre la puerta y el aire se detiene.

Sobre un sofá, una joven yace inmóvil, desnuda, con una bolsa de plástico sellada en la cabeza.

No hay sangre, no hay lucha, solo una peluca negra y unas botas altas.

La prensa lo llamó el crimen perfecto, seguros falsos, semen robado, un rastro de muertes sospechosas desde Canarias hasta Cataluña.

Pero los crímenes perfectos no existen, o casi, esta es la historia de una depredadora que creyó burlar al destino, y de las vidas que destrozó en su camino.

Esto es, Crímenes que marcaron España.

Uy, el caso de Angie y el crimen imperfecto.

Detrás de los hechos, conozcamos las personas clave de este relato.

Ana María López González, 34 años.

Ana María vivía en L'Hospitalet y trabajaba como diseñadora de moda, una vocación que le permitía expresarse a través de telas y colores.

Pero su día a día no era tan hermoso como sus bocetos.

Durante años, había soportado un entorno tóxico en la empresa textil en la que trabajaba, donde la ansiedad se había convertido en una compañera silenciosa.

Hasta que un día dijo basta, se fue, se liberó, y comenzó a reconstruir su vida.

Estaba casada con Carlos, el hombre que había elegido como compañero de camino.

Querían ser padres, hablaban de buscar un piso más grande, de pintar una habitación de bebé, de llenar la casa de risas.

Ana María tenía una sonrisa que lo cambiaba todo, quienes la conocieron no la olvidan.

El 19 de febrero de 2008, esa sonrisa se apagó para siempre.

Esa noche, quedó para cenar con una vieja conocida, una mujer que había reaparecido en su vida de forma aparentemente casual.

Pero esa cena no era solo un reencuentro, era una trampa.

Carlos Fernández, 36 años, Carlos era un hombre sencillo, de rutinas firmes y amor sin adornos.

Durante siete años había compartido su vida con Ana María, y aunque no todo era perfecto, creía que lo que tenían era sólido.

La última vez que hablaron por teléfono, ella le prometió volver pronto, que no se preocupara, que solo era una cena rápida.

Pero Ana nunca regresó, Carlos la esperó, minutos, luego horas, luego días, cuando las respuestas empezaron a llegar, fueron más crueles de lo que jamás habría imaginado.

Pero no se rompió, Carlos se armó de valor, y con una determinación que ni él sabía que tenía, se convirtió en parte clave de la investigación.

Porque si no podía salvar a Ana, al menos le debía justicia.

María Ángeles Molina Fernández, Angie, 43 años, Angie era un espejismo, desde fuera parecía tenerlo todo, un piso de lujo de 200 metros cuadrados en la zona alta de Barcelona, un Porsche 911, un Hummer en el garaje, y una colección de bolsos de marca que exhibía como trofeos de caza.

Su presencia era magnética, sabía hablar, seducir, convencer, pero bajo esa fachada de éxito había otra historia.

Una vida marcada por la ambición desmedida, el engaño y la oscuridad.

Había trabajado como prostituta de alto standing, había estafado, había manipulado a quienes confiaban en ella, y, según muchos, había matado antes.

En 2008, Angie cruzó la última línea.

Ya no bastaban las mentiras ni las estafas, necesitaba más, y para conseguirlo, estaba dispuesta a todo, incluso a asesinar.

Juan Antonio Álvarez, 41 años, Juan era argentino y había levantado un imperio en Gran Canaria.

Propietario de hoteles, bares y discotecas, vivía para su hija Carolina, su motor y única prioridad.

Conoció a Angie, ella llegó con palabras dulces y promesas de amor.

Se casaron en 1996, pero ese matrimonio escondía una bomba de relojería.

En 1997, Juan murió envenenado.

Había descubierto que todo era mentira, las sospechas apuntaron a Angie, pero el caso no avanzó.

Su familia, hasta hoy, sigue clamando justicia.

Porque aunque su cuerpo fue enterrado, la verdad es que no lo fue.

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