
Descripción de Al otro lado del espejo 4l234c
Al otro lado del espejo original de José Luis Fernández de Sevilla. La historia de un ventrílocuo y su muñeco, que de tan estrecha se convirtió en escalofriante. 3a573h
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Hora de abrir bien los ojos, de estar preparados, de no distraerse ni un instante.
Hora de oscuridad y de presagios.
Ha sonado la hora del escalofrío.
Les ofrecemos el relato titulado Al otro lado del espejo, original de José Luis Fernández de Sevilla.
Me gusta ir en los autobuses cuando hay señoras gordas, porque siempre me aplastan.
Soy demasiado pequeño.
Bueno, Pinky, ¿y cuando van señoritas jóvenes y delgadas? ¿Te gusta más entonces el autobús? Sí, mucho más.
Las señoritas son siempre muy amables conmigo.
Me dan besos y caramelos y me cogen en brazos.
Solo tenía que haber en el mundo señoritas jóvenes y delgadas.
Bueno, tampoco demasiado delgadas.
Richard Marlowe, el famoso ventrílocuo, estaba en plena representación.
Su muñeco era popular en el mundo entero.
Un pequeñajo de plástico, de cara traviesa y pelo alborotado, con unos enormes ojos llenos de picardía.
Boca y ojos se movían con increíble humanidad a los sensibles movimientos de la mano de Richard.
Además, y pese a su pelo alborotado, Pinky era un elegante, siempre vestido de frac.
La representación continuaba.
El público siempre quería retener en escena a Richard y Pinky.
¿Te gusta el fútbol, Pinky? Sí, me gusta mucho el fútbol, Richard.
Lo que me fastidia son los entrenadores.
Cuando pierde su equipo inventan las cosas más disparatadas para justificar su derrota.
Las declaraciones de un entrenador que explicaba después del partido que su equipo había perdido porque era primavera.
Vamos, vamos, Pinky, no exageres. Eso no puede ser cierto.
Yo no miento nunca.
Lo que sucede es que tú no te enteras de nada porque no lees ni el periódico.
¿Seguro que aprendiste a leer en el colegio? Bien, muchacho.
Despídete de los señores.
¿Y de las señoras no? Bueno, empieza por las señoras.
Son muchas.
No voy a tenerte besos.
Terminó la intervención de Richard y Pinky y cayó el telón entre grandes aplausos.
Richard Marlow salió del escenario apretando a Pinky contra su pecho.
Todos lo habían notado ya, desde el empresario al último tramoyista.
No era normal la relación entre Richard y su muñeco.
Un día, hacía poco, Richard golpeó a un periodista que se atrevió a tocar a Pinky.
El muchacho, en broma, hizo intención de dar un suave guantazo al muñeco, según decía, riendo por deslenguado.
Fue una escena espantosa. Richard le golpeó reciamente con el puño lanzándole contra la pared.
El periodista escribió un venenoso artículo contra el loco Richard Marlow.
Pero aquello dio al ventrílocuo mayor popularidad.
Mr. Morgan, el empresario, vio pasar a Richard hacia su camerino y comentó el asunto con Diana Glabour, la bailarina.
Creo que es un caso mucho más serio de lo que parece.
Diana Glabour le escuchaba muy atenta porque Diana estaba profundamente enamorada de Richard.
No se trata de sus actuaciones en público.
Yo le he sorprendido hablando con el muñeco.
Y además, reñían.
Bueno, yo también me estoy sugestionando.
Quiero decir que Richard hacía que Pinky le respondiera desdeñoso.
Algo tonto, pero terrible.
A los pocos minutos, oía a Richard llorar sordamente.
No me sorprende, señor Morgan.
Richard es un hombre de gran sensibilidad y muy solidario.
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