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Meditaciones diarias
1898. La vid y los sarmientos

1898. La vid y los sarmientos 601653

21/5/2025 · 20:09
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Meditaciones diarias

Descripción de 1898. La vid y los sarmientos 5c671b

Meditación en el domingo V (ciclo B) y el miércoles de la V semana de Pascua. El Evangelio de ambos días recoge unas palabras del Señor en la última cena sobre la vid y los sarmientos, que meditamos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. (...) Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí (...); porque sin mí no podéis hacer nada». ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/874295 6x5u4q

Lee el podcast de 1898. La vid y los sarmientos

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mi inmaculada, San José mi Padre y Señor, Ángel de mi guarda, intercede por mí.

Empezamos hoy a leer en la misa el capítulo 15 de San Juan, que continúa con el discurso del Señor durante la última cena. Esa noche previa Señor a tu marcha al Padre, en la que está tan presente el Padre, ¿verdad? Y ahí, en esas palabras de la última cena, se recoge una parábola, la de la vid y los sarmientos, que toca leer hoy en la misa. Dice así, en aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos, yo soy la verdadera vid y mi Padre es el Labrador.

A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado. Permaneced en mí y yo en vosotros.

Como el sarmiento no puede dar fruto por sí si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos, el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí, lo tiran afuera, como el sarmiento y se seca, luego lo recogen y los echan al fuego y arden.

Hay aquí una alusión implícita, verdad, al infierno, pero sigue diciendo el Señor, si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseáis y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante, así seréis discípulos míos.

Señor, cómo te gustan estas comparaciones de cosas del trabajo humano, de ejemplos de la naturaleza, que eran familiares a los tuyos y fáciles de entender por todos. Todos los que te seguían, todos los que te escuchaban, habían contemplado a finales de verano, en Palestina, las vides inclinadas por el peso de la uva, esperando la bendimia.

Unas vides repletas de racimos que llenaban de alegría a todos con su fecundidad maravillosa, porque parecía que en aquella viña, en aquella viz, todo era uva, todo era fruto, no había nada de hoja. Pero también habían contemplado las vides, esas mismas vides, en pleno invierno, desnudas, podadas, con unos pocos sarmientos bien pegados a las cepas. Habían visto cómo los viñadores recogían los sarmientos que medio enterrados se habían desgajado de la cepa y los reunían y los arrojaban al fuego.

Y habían visto cómo esos mismos viñadores podaban los sarmientos para que no se les fuera la fuerza del sol por muchos brotes nuevos, sino a los racimos directamente. Pues bien, en este contexto les dices yo soy la verdadera viz y mi padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca y a todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto.

Muchos siglos antes, Yaisaías había comparado el pueblo elegido con una viz que no daba el fruto esperado por Yahvé. Pero aquí la comparación es más personal, señor. La viz eres tú, tú, una persona, Jesucristo. Tú que eres la cabeza del nuevo pueblo elegido que es la iglesia. Y la comparación nos dice que quien no está unido a ti, a Cristo, no puede dar fruto de vida sobrenatural, de vida eterna.

Es decir, no puede salvarse ni ayudar a salvarse a otros.

Y estar unido a Cristo significa vivir su vida, recibir su savia, la savia de la viz que es la que vivifica. Es decir, la viz

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