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¿Qué suceso esconde la conocida como Cruz de los Ladrones ahora en el actual Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, antes Monasterio de Santa María de las Cuevas? 6w1a65
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¡Buenos días! Como recordarán los amables lectores de estas páginas, o los no menos estimados oyentes de estos podcasts, el actual Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, y antes fábrica de loza de Pigman, fue en sus orígenes un importante monasterio, perteneciente a la Orden Cartuja, fundado a comienzos del siglo XV en el denominado Sitio de las Cuevas, por el cardenal Alonso de Mena, quien recurrirá al patrocinio de aristócratas locales para iniciar las obras del Cenobio, aunque no pueda haberlo finalizado al fallecer en 1401 en Cantillana, contagiado durante una epidemia. A la fundación ayudaría no poco la aparición, milagrosa dicen, en una cueva ubicada en esos terrenos de una imagen de la Virgen de Mucha Antigüedad y que daría nombre al monasterio. Con el paso de las décadas, Santa María de las Cuevas, nombre que recibiría una vez constituida la Comunidad Cartuja, terminó por convertirse en uno de los conventos masculinos más importantes de Sevilla.
Albergó en su interior la tumba de Cristóbal Colón, destacó por la riqueza de su patrimonio, allí recibió culto por primera vez el montañesino Cristo de la Clemencia, y por la abundancia de sus limosnas y comidas a los pobres, e incluso con el tiempo, la figura de superior pasó a ser considerada como más que respetable y llena de prestigio, siempre tenida en cuenta en cuestiones de pleitos, pendencias o enfrentamientos, a manera de pacificador, en unos tiempos, como veremos, más que violento. Si se visita dicho lugar, salvada la entrada, curiosamente orientada en sentido contrario a la ciudad, o sea, a sus espaldas, dejando patente el carácter solitario de la orden, y tras superar la llamada capilla de afuera, adentrándonos en busca de la portada de a la antigua iglesia o puerta de las cadenas, el visitante observador se percatará, a la derecha, de la presencia de un pequeño estanque, recuerdo quizás de aquella famosa galapaguera, en la que se criaban tortugas, con las que se cocinaba una, dicen, exquisita sopa de tortuga, cuyo caldo era muy nutritivo y sabroso, especialmente para los frailes enfermos o de mayor edad.
Presidiendo dicha alberca, enmarcada en un ventanal y rodeada de enredaderas, nos encontraremos con una cruz realizada en piedra, de tamaño mediano, y que a sus pies ostenta la representación iconográfica de la piedad, esto es, la Virgen María con su hijo muerto en sus brazos. Una sempiterna leyenda ha denominado a esta cruz como la cruz de los ladrones, leyenda que, como todas, pierde su origen en la noche de los tiempos y que alude a épocas en las que esta cruz estaba enclavada a medio camino entre Triana y la Cartuja, actuando como cruz de término que marcaría los límites territoriales del monasterio frente al mundanal ruido. El suceso habría tenido como protagonista a un criado del monasterio, con cuya ayuda habría contado un grupo de seis malhechores a la hora de robar las joyas de la Virgen de las Cuevas. Sin embargo, durante su huida, una extraña y milagrosa niebla les despistará hasta el punto de regresar una y otra vez a la escena del crimen, emprender la huida y abandonar el botín. Como recuerdo de aquel suceso sobrenatural, se habría levantado la tal cruz.
A mayor abundamiento de dicho episodio y en parecidos términos, poseemos una interesante referencia en la novela La Gaviota, publicada en el año 1849 bajo la autoría de Fernán Caballero, seudónimo de la novelista fallecida en Sevilla Cecilia Boldefaber. En dicho relato se narra la historia de una hermosa joven de origen rural y dotada de una preciosa voz para el canto, quien tras una serie de peripecias, venturas y desventuras amorosas y hasta un adulterio con un torero, cosas de las novelas románticas, a la postre regresa a su pueblo de origen y contrae matrimonio con un humilde barbero, en lo que sería un epílogo ejemplarizante para satisfacer a los lectores ávidos de este tipo de ficción cercana al folletín decimonónico. Precisamente, en el séptimo capítulo de la segunda parte de esta novela, varios de los protagonistas debaten acaloradamente sobre la veracidad de determinadas y antiguas leyendas de Sevilla, como la del lagarto de la catedral o la de la cruz del negro. Llegado un momento determinado, se hace alusión al origen de la cruz de los ladrones, aludiéndola como a un colocada cerca de la catedral.
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