"Un sueño extraño", de Mark Twain. Un audio relato macabro de humor negro y satírico. 1g266s

Un paraje idílico, una escritora en busca de inspiración.

Pero bajo las aguas del pantano se oculta un auténtico misterio.

¿Alguna vez te has preguntado cuál es la verdadera naturaleza del mal? El mal...

El mal...

El mal...

Vendrá entre las nubes y todo ojo lo verá.

Cuando los siglos se reduzcan a cenizas de helena rubio ya en librerías y venta online.

Un sueño extraño De Mark Twain La otra noche tuve un sueño singular.

Soñé que me hallaba sentado en el umbral de una puerta en una ciudad indeterminada a punto de dormirme.

Serían sobre las doce.

La noche era cálida y deliciosa.

Ni un simple ruido producido por el hombre quebraba aquella quietud.

Ni siquiera unos pasos.

Tampoco, ninguna otra cosa alteraba la serenidad del momento con excepción de los ladridos de un perro y el distante eco de otro can que respondía.

De improviso, en el extremo de la calle se percibió un insólito entrechocar de huesos y supuse que se trataría de algunos jóvenes que deseaban divertirse.

Un instante después un gran esqueleto cubierto con una capucha y mal vestido con un sudario roto y sucio cuyos jirones flotaban a los costados de sus rodillas vino hacia mí.

Con paso majestuoso desapareció en la oscuridad de la noche sin luna.

Cargaba a la espalda un ataúd desvencijado y llevaba un paquete en la mano.

Comprendí entonces cuál era la causa de aquel extraño ruido eran sus articulaciones que crujían al andar y sus codos que golpeaban contra sus flancos.

Pero antes de que me hubiese recobrado de la sorpresa y de que hubiera podido meditar qué significaba aquella aparición oí otra vez el chocar de huesos.

Otro espectro hizo acto de presencia.

Este sólo cargaba los restos de un ataúd y llevaba unas cuantas tablas bajo el brazo.

Me habría gustado aproximarme y trabar conversación con él pero cuando se volvió hacia mí y me sonrió mostrando sus cavernosas órbitas no me apeteció lo más mínimo retenerle.

Apenas había desaparecido cuando oí de nuevo el crujir de huesos.

Un tercer fantasma surgió de entre las sombras.

Este avanzaba encorvado bajo el peso de una losa sepulcral y arrastraba con una cuerda su sordido ataúd.

Al llegar junto a mí me miró fijamente por espacio de unos minutos y después me pidió volviéndose de espaldas.

Échame una mano, paisano, para que pueda descargar esta piedra.

Le ayudé a depositarla en el suelo.

Entonces leí lo que habían grabado en ella.

John Baxter Copman Hearst, mayo de 1839 Era la fecha de su muerte.

El difunto tomó asiento a mi lado y cogió su maxilar inferior para secarse el hueso frontal.

Supuse que debía ser una antigua costumbre pues no vi ni una gota de sudor.

Es inaguantable, inaguantable dijo mientras pausadamente recogía los harapos de su sudario y apoyaba el maxilar en la mano.

Después cruzó el pie izquierdo sobre la rodilla y empezó a rascarse la tibia con una llave mohosa que sacó del ataúd.