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Introducción. Alfonso se instala en Guinea Ecuatorial. Es funcionario de la oficina comercial española en Malabo. Acude regularmente a la casa de su jefe por las tardes. 4h4p4d
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Cada vez que Alfonso se presentaba en la casa de su jefe, por las tardes, la primera cosa que oía era, Hombre, Alfonso, entra, ¿qué te pongo de beber, lo mismo de siempre? El clima de Malabo, en Guinea Ecuatorial, es pegajoso durante largos meses.
La ingesta de líquidos es necesaria de forma regular.
Alfonso había llegado al país desde hacía apenas un trimestre, que había transcurrido de forma lineal, rutinaria, como si fuese el ciclo de una marmota en letargo.
Sus días en África habían sido idénticos los unos a los otros, eran fotocopias repetidas de una misma imagen, eran plagios iterativos de un mismo guión.
Afortunadamente él era una persona tranquila, con una complacencia hacia sí mismo que le permitía deambular por la vida sin lesionar demasiado su alma y su mente.
Pero en contraposición, este paraguas protector lo había convertido a lo largo de los años en un hombre pasivo, algo apático y con una atracción irrefrenable hacia el fatalismo.
Su jefe, de nombre Pascual, era un pájaro de unos 60 años, de los cuales la mitad había pasado en este país africano, representando a los intereses comerciales de las empresas españolas en el subcontinente negro.
Desde que había aterrizado en África, su vida y sus moradas habían estado siempre plagadas de fiestas, de bebidas y de mujeres.
No se había casado nunca y no tenía hijos, que se supiese.
Con una sonrisa diabólica en el rostro, repetía a sus amigos y conocidos el precepto fundacional de lo que debía ser una buena vida para un hombre que se precia.
Solo se vive una vez, jamás hay que exaltarse ningún placer que se te ofrezca, sea en la diversión, sea en el juego y, por supuesto, sea en la cama.
Estaba a las antípodas de lo que se conoce como un hombre romántico, entendiendo el romanticismo como una actitud emocional hacia los diversos acontecimientos de la vida.
Al cual jamás se había enojado ni deprimido por un problema de la existencia, jamás le había dolido el pecho por un amor contrariado, él siempre tiraba hacia adelante.
Cada día que amanecía, hacía borrón y cuenta nueva del pasado.
Era lo opuesto de cómo era Alfonso.
De náufrago solitario, calmado y algo tenebroso, que ocupaba el pomposo puesto de subdirector de la Oficina de Comercio Española de Malabo.
El mismo Pascual lo había contratado a través del Ministerio de Asuntos Exteriores para ayudarle en el épico objetivo de expandir el bienestar y la riqueza en África subsahariana, a la vez que favorecer los negocios de las empresas del viejo reino de España, la antigua metrópoli.
Sírvete sin reparo lo que te guste, Alfonso, perdona, acabo de darme un baño en la piscina, me voy a cambiar, la jarra de topé está en la neverita del salón, ponte un buen vaso, los hielos están recién hechos, estoy contigo enseguida.
El topé es un aguardiente local elaborado con hojas de palma, se suele tomar en muchos países del África Negra, Pascual, como auténtico gallego que era, había experimentado mezclas con este brebaje, añadiendo orujo artesanal.
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