La Tercera Hora 08x39 5m5824

Damas y caballeros, amigos y amigas, esto es la tercera hora de Días Extraños. Bienvenidos.

Las multinacionales en su afán por conquistar el mundo están terminando pareciéndose más a una secta que a una empresa. Y no, no estoy exagerando, escuchad. Hace apenas unos días leía que alguien había asistido a una sesión de capacitación sobre nuevas narrativas empresariales.

Así lo llaman, con ese vocabulario que hace que todo suene a revelación divina. Y el mensaje central era muy sencillo. Decía, despojaos de todo pensamiento crítico y abrazad la ideología de la empresa. Así, sin anestesia, como si el pensamiento propio fuera un virus peligroso que hay que erradicar. Es un planteamiento que no está nada lejos del de esos telepredicadores de la prosperidad, esos que prometen salud y riqueza a cambio de fe ciega y a cambio de una generosa donación, claro. Y ahora el púlpito se ha mudado a las oficinas acristaladas y el nuevo evangelio es el de la motivación obligatoria, el del pensamiento positivo, pero solo si es útil para la cuenta de resultados.

El ceo se ha convertido en gurú, presume de vida perfecta, exige sumisión y cualquier atisbo de duda se castiga con el destierro a ese infierno moderno que se llama falta de actitud. Y lo más curioso es que si no prosperas, si no consigues casa, coche y beca, la culpa es tuya, porque no eres lo suficientemente visionario o lo suficientemente positivo o lo suficientemente generoso. El sistema, igual que las nuevas iglesias de la prosperidad, absuelve a la estructura y condena al individuo.

La felicidad nos repiten una y otra y otra vez, solo depende de lo que crees, de lo que visualizas. Es como si el paro, la precariedad o la salud misma fueran simples problemas de fe. Pues no oiga, ni el fracaso es un pecado, ni la felicidad una obligación.

Comenzamos.

Vamos a sumergirnos, literalmente, en uno de los lugares más letales, más fascinantes de nuestro planeta. Y no, no es la cola del paro, ni un concierto de reggaetón. No, es un abismo marino donde la vida, con mayúsculas, parece estar prohibida.

Imagínate adentrarte en las profundidades del Mar Rojo, allí donde la oscuridad lo envuelve todo, donde la presión es aplastante. Y ahí, oculto a más de 1700 metros bajo la superficie, existe un lago submarino tan hostil que los científicos lo han bautizado sin medias cintas como la piscina de la muerte.

Un lugar donde cualquier criatura que se atreve a cruzar su frontera invisible encuentra un final fulminante, salvo para algunos diminutos pertinaces microbios que son los únicos que parecen ser inmunes. ¿Y quién ha osado mirar cara a cara a este enigma avisal? Pues un equipo de investigadores de la Universidad de Miami embarcados en el Océan Explorer.