
Reset, Un curso de Milagros práctico, lección 151 2m2y2i
Descripción de Reset, Un curso de Milagros práctico, lección 151 2kk1m
Lectura de los ejercicios propuestos en el libro Un Curso de Milagros. Es un complemento a la formación RESET, Un Curso De Milagros práctico, y cada dia te propongo una lección. Espero que te sirva. 5s3573
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Lección 151. Todas las cosas son ecos de la voz que habla por Dios. Nadie puede juzgar basándose en pruebas parciales. Eso no es juzgar, es sólo una opción basada en la ignorancia y en la duda.
Su aparente certeza no es más que una capa con la que pretende ocultar la incertidumbre. Necesita una defensa irracional, porque es irracional, y la defensa parece ser sólida, convincente y estar libre de toda duda, debido a la incertidumbre subyacente. No pareces dudar del mundo que ves.
No cuestionas realmente lo que te muestran los ojos del cuerpo. Tampoco te preguntas por qué lo crees, a pesar de que hace mucho tiempo que te diste cuenta de que los sentidos engañan. El que creas lo que los ojos te muestran hasta el último detalle es todavía más extraño si te detienes a pensar con cuánta frecuencia su testimonio ha sido erróneo. ¿Por qué confías en ellos tan ciegamente? ¿No será acaso por la duda subyacente que quieres ocultar con un alarde de certeza? ¿Cómo ibas a poder juzgar? Tus juicios se basan en el testimonio que te ofrecen los sentidos. No obstante, jamás hubo testimonio más falso que ese. Más, ¿de qué otra manera podrías juzgar al mundo que ves? Tienes una fe ciega en lo que tus ojos y tus oídos te reportan. Crees que lo que tus dedos tocan es real y que contiene la verdad.
Eso es lo que entiendes y lo que consideras más real que el testimonio que da la eterna voz que habla por Dios mismo. ¿A eso es a lo que llamas juzgar? Se te ha exhortado en muchas ocasiones a que te abstengas de juzgar, más no porque se te quiera negar ese derecho, sino porque realmente no puedes juzgar. Lo único que puedes hacer es creer en los juicios del ego, los cuales son todos falsos. Él guía tus sentidos celosamente para probar cuán débil eres, cuán indefenso y temeroso, cuán aprehensivo del justo castigo, cuán ennegrecido por el pecado y cuán miserable por razón de tu culpabilidad. El ego te dice que esa cosa de la que te habla y que defendería a toda costa es lo que tú eres. Y tú te lo crees sin ninguna sombra de duda. Más debajo de todo ello, yace oculta la duda de que él mismo no cree en lo que con tanta convicción te presenta como la realidad. Es únicamente a sí mismo a quien condena. Es en sí mismo donde ve culpabilidad. Es su propia desesperación la que ve en ti. No prestes oídos a su voz.
Los testigos que te envía para probar que su maldad es la tuya y que hablan con certeza de lo que no saben son falsos. Confías ciegamente en ellos porque no quieres compartir las dudas que su amo y señor no puede eliminar por completo. Crees que dudar de sus vasallos es dudar de ti mismo. Sin embargo, tienes que aprender a dudar de que las pruebas que te presentan puedan despejar el camino que te lleva a reconocerte a ti mismo y dejar que sólo la voz que habla por Dios sea el único juez de lo que es digno que tú creas. Él no te dirá que debes juzgar a tu hermano basándote en lo que tus ojos ven, ni en lo que su boca te dice a tus oídos o en lo que el tacto de tus dedos te informa acerca de él. Él ignora todos esos inútiles testigos que no hacen sino dar falso testimonio del Hijo de Dios. Sólo reconoce lo que Dios ama y en la santa luz de lo que él ve, todos los sueños del ego con respecto a lo que tú eres se desvanecen ante el esplendor que contempla.
Deja que él sea el juez de lo que eres, pues en su certeza la duda no tiene cávida, ya que descansa en una certeza tan grande que ante su faz dudar no tiene sentido. Cristo no puede dudar de sí mismo. La voz que habla por Dios tan sólo puede honrarle y deleitarse en su perfecta y eterna impecabilidad. Aquel a quien él ha juzgado no puede sino reírse de la culpa al no estar ahora dispuesto a seguir juzgando con los juguetes del pecado, ni hacerle caso a los testigos del cuerpo al encontrarse extático ante la santa faz de Cristo. Así es como él te juzga. Acepta su palabra con respecto a lo que eres, pues él da testimonio de la belleza de tu creación y de la mente cuyo pensamiento creó tu realidad. ¿Qué importancia puede tener el cuerpo para aquel que conoce la gloria del Padre y la del Hijo? ¿Podría acaso oír los susurros del ego? ¿Qué podría convencerle de que tus pecados son reales? Deja a sí mismo que sea el juez de todo lo que parece acontecerte en este mundo.
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