PdeP 076 ESPICHES 43 I Hate Chess (Diatriba contra el ajedrez) 39r63

Don Luis Luis presenta. Don Luis, ¿le gusta a usted el ajedrez? No, lo detesto.

Realizar un Contextos explicando por qué detesta a usted el ajedrez. Voy a coger unas cuantas de un artículo que escribí hace unas cuantas décadas. ¿Se acuerda usted cuando Deep Blue, aquella máquina, aquel cerebro tecnológico, mecánico y artificial que se enfrentó al gran Garry Kasparov y ganó años 90? Total, el ajedrez tampoco es un juego que haya evolucionado demasiado en los últimos 30 años y de hecho me temo que caballos siguen moviéndose como se mueven, parante y derecha, izquierda y parante, las torres en paralelo o transversal, los álfiles en diagonal, la reina hace lo que le sale de su santa entrepierna y el rey, bueno, el rey está allí defendido por todos y los peones de uno en uno, así, poquito a poquito, bueno, son las mismas reglas de siempre, no han puesto ni bar para repetición de las jugadas o algo, es lo mismo, así que no creo que varíen mucho los argumentos que van a sostener mi hipótesis, hoy de las que sostenían mi hipótesis hace 30 años, ¿le parece? Sí, no lo es, haga lo que usted quiera, pero hágame la sección. Con textos, con libros, con Tondi, con Don Luis Luis.

Permitidme que me arranque con dos afirmaciones tajantes, una, que Garry Kasparov es mucho más inteligente que Deep Blue, y dos, que el común de los mortales somos mucho más inteligentes que Garry Kasparov.

Esto suena bravata, lo ito, y en cierto modo lo es, como lo es toda cosa que se afirma tajantemente, pero sólo en cierto modo. A ver, el primer presupuesto a dinamitar es ese de que el ajedrez es un juego serio. Vamos a ver cómo puede ser un juego serio. Juego es divertimento, que viene de diverso.

Nos divierte lo inesperado, lo nuevo, lo diferente. Divertirse de algún modo es penetrar en lo otro, o dejar que lo otro nos penetre. En cambio, el ensimismamiento del ajedrecista es casi patológico. El jugador de ajedrez se encierra, se abstrae. Eso otro a lo que se dirige no es sino más de sí mismo.

Jugar se convierte en una especie de ordenamiento reflexivo del razonar práctico. Así pues, es un resumen, un repaso de un acto cotidiano y recurrente, una falsa apertura de la mente. El ajedrecista limita su tarea a resolver problemas y por eso necesita que esos problemas le sean planteados. Esa y no otra es la razón última de la existencia del rival. Por eso resulta indiferente que el otro sea individuo, máquina o, en último término, uno mismo. El ajedrez no divierte porque en su desarrollo lo diverso resulta intrascendente. A lo sumo entretiene, lo cual no es sino pasar el rato, que es como decir gastar el tiempo o perderlo.

¿Qué tanto da? Ya que sume a sus devotos en un estado de embobamiento casi letárgico cuyas consecuencias son difíciles de pronosticar. Esa aureola de profunda seriedad que envuelve el mundo ajedrecístico roza la esquizofrenia, cuando menos en sus adeptos más fundamentalistas. El ajedrecista