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El páramo | AUDIOLIBRO

El páramo | AUDIOLIBRO 2i21k

5/6/2025 · 10:57
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Descripción de El páramo | AUDIOLIBRO 221q5u

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Bienvenido a Eyorian Audiolibros. Historias oscuras y fantásticas, narradas para que te atrapen desde la primera palabra. Apaga la luz y escucha. El páramo. Agosto de 1859.

Sin duda, nunca olvidaré aquel maldito verano del 27. Me había prometido con la señorita Aline Bagel. Estudiábamos juntos medicina en Londres. Había vivido junto a ella un noviazgo de cinco maravillosos años, al final de los cuales terminamos nuestros estudios y nos disponíamos a comenzar una vida juntos y a formar una familia.

Creo que hubiéramos sido felices, y cuando pienso en ello, maldigo aquellas tierras infames donde el hombre pierde la cordura. Me refiero al páramo, ¿a qué si no? Es un lugar inhóspito donde hace falta recorrer muchas millas para llegar a casa de algún vecino. Donde el o con otro ser humano puede hacerse difícil cuando el tiempo se vuelve inclemente y el viento del norte azota con furia.

Donde la cordura del hombre es engullida por la enormidad de aquellas solitarias tierras. Aline me confesó que sentía aprensión por aquella tierra donde se había educado, con la única compañía de sus padres y de su extravagante hermano. Desde el principio me sentía atraído por su carácter nostálgico y plácido. Estos atributos habían hecho de ella una mujer en extremo sensible y cariñosa.

Siempre pensé que el ambiente en el que se educó habría influido notablemente en la adquisición de tales cualidades, pero nunca habría imaginado con qué fuerza se impone al alma un paraje tan sobrecogedoramente solitario. Los padres de Aline habían fallecido hacía mucho tiempo y ahora su hermano, Adrien Bagel, vivía solo en la casa donde aprendieron a caminar.

Fue este el motivo por el que mi prometida me suplicó que marcháramos aquel verano a visitar a Adrien. No necesitó pedírmelo dos veces. Si bien me producía cierta aprensión alejarme de la populosa ciudad, ¿qué significaría aquel corto verano frente a una vida entera de dicha? Cuando nos adentrábamos por el páramo con mi nuevo automóvil, sentía en el pecho una opresión provocada sin duda por aquella terrible y solitaria inmensidad.

Una sensación de tristeza se apoderaba de mí. ¿Cómo pudo Aline vivir durante tantos años en aquel lugar tan apartado? Reconozco que mi carácter se ensombreció durante el corto intervalo que viví allí. Aline me observaba preocupada cuando torcía el gesto y apenas atrevía a contrariarme, pues tan pronto me sobrevenía un de melancolía como estallaba en ira. Pero no os he hablado de su hermano. Decía antes que Aline lo describía como un joven excéntrico.

Yo reservaría este apelativo a alguien con clase. Adrien era simple y llanamente un loco. Todo lo que ella tenía de plácida y sosegada lo tenía él de inquieto y desmandado. Si ella era reflexiva e inteligente, él era osco y estúpido. Una mañana le sorprendí amputando la cola de una lagartija. Cuando se percató de mi presencia, estalló en un de risa nerviosa. «¡Mira cómo se mueve!», decía con esa voz que la gente estúpida ha hecho característica. «No tiene nada de extraordinario», contesté yo censurando tan abominable actitud. Él se limitó a mirarme desde el suelo ruciendo el ceño hasta lo imposible y tras dedicarme una grosera sonrisa se marchó. Aline se mostraba visiblemente ofendida. Durante los primeros días pensé que la causa de su enfado era el imperdonable comportamiento de su hermano. Esto me reforzó, más si cabe, en mi postura.

Si hubiera sabido desde el principio que era mi actitud frente a él lo que la disgustaba, hubiera cambiado el trato que le dedicaba, pero ¿habría sido tan difícil? ¿No podía ella valorar el esfuerzo que yo realizaba permaneciendo en la casa con aquel loco? Pero todo se torció.

Naturalmente la culpa fue de él.

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