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Books Thief
LGDLA1

LGDLA1 3w692i

29/5/2025 · 07:00:11
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Books Thief

Descripción de LGDLA1 1m558

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Lee el podcast de LGDLA1

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Primera parte. 1. Quítate la ropa.

Rin parpadeó. ¿Cómo? El supervisor levantó la vista de su libreta.

Es el protocolo de prevención de trampas, señaló hacia el otro extremo de la sala, donde se encontraba una supervisora.

Si lo prefieres, ve con ella.

Rin cruzó los brazos con fuerza alrededor del pecho y se encaminó hacia la mujer.

Esta la condujo detrás de una mampara.

Cacheó a fondo para asegurarse de que no se hubiera escondido materiales para el examen en ningún orificio y luego le hizo entrega de un saco azul informe.

Póntelo, le dijo.

¿Realmente es necesario todo esto? Los dientes de Rin comenzaron a castañear mientras se desnudaba.

Aquel blusón que debía llevar para hacer el examen le quedaba demasiado largo.

Las mangas le tapaban las manos, así que tuvo que remangárselas dándoles varias vueltas.

Sí, la supervisora le indicó con un gesto que tomara asiento en un banco.

El año pasado pillamos a doce estudiantes con folios cosidos en el forro interior de sus camisas.

Estamos tomando precauciones.

Abre la boca.

Rin obedeció.

La supervisora le tiró de la lengua con una varilla fina.

No la tienes descolorida, eso es bueno.

Abre bien los ojos.

¿Por qué iba alguien a drogarse antes de hacer el examen? Preguntó mientras la supervisora le estiraba los párpados.

La mujer no le respondió.

Una vez que estuvo satisfecha, le indicó a Rin con la mano que se dirigiera hacia el pasillo, donde otros estudiantes candidatos aguardaban formando una fila desordenada.

Tenían las manos vacías y los semblantes uniformemente tensos a causa de la ansiedad.

No llevaban encima ningún material para hacer el examen, dado que las plumas estilográficas podían vaciarse para introducir en ellas rollos de papel con las respuestas escritas.

Las manos donde podamos verlas, ordenó el supervisor, dirigiéndose hacia el principio de la fila.

Debéis remangaros el blusón por encima de los codos.

A partir de este momento no hablaréis entre vosotros.

Si tenéis que orinar, levantaréis la mano.

Hay un cubo al fondo de la sala.

¿Y si tengo que cagar? Preguntó un chico.

El supervisor le dedicó una mirada prolongada.

Es un examen de doce horas, añadió el joven a la defensiva.

El supervisor se encogió de hombros.

Intenta no hacer ruido.

Esa mañana, Rin había estado demasiado nerviosa como para comer.

Solo de pensar en comida sentía náuseas.

Tenía la vejiga y los intestinos vacíos.

Lo único que tenía lleno era la mente, repleta de una asombrosa cantidad de fórmulas matemáticas, poemas, tratados y fechas históricas que volcar sobre el cuadernillo del examen.

Estaba lista.

Acomodaron a cien estudiantes en la sala de examen.

Los pupitres estaban dispuestos en filas ordenadas de diez.

En cada uno de ellos se encontraba un grueso cuadernillo, un tintero y un pincel de tinta.

La mayoría de las otras provincias de Nikán tenían que acondicionar ayuntamientos enteros para poder acomodar a los miles de estudiantes que se presentaban al examen cada año.

Pero el municipio de Tikani, en la provincia del Gallo, era un pueblo de granjeros y campesinos.

Allí las familias necesitaban manos que trabajaran la tierra, no mocosos con estudios universitarios.

Así que con un aula les bastaba.

Rin entró a la sala junto con el resto de los estudiantes y ocupó el asiento que le habían asignado.

Se preguntó qué aspecto tendrían los examinados vistos desde arriba.

Un cuadrado perfecto de cabellos oscuros, blusones azules uniformes y mesas marrones de madera.

Visualizó aquella misma imagen repetida en ese instante en otras aulas idénticas, repartidas por todo el país.

Todos ellos mirando hacia el reloj de agua, con expectación y nervios.

Los dientes de Rin castañeaban a tal velocidad que estaba segura de que todos allí podían escucharla.

Y no era solo a causa del frío.

Apretó la mandíbula con fuerza, pero entonces el temblor se le extendió por las extremidades hasta llegar a las manos y las rodillas.

El pincel de tinta se le agitaba entre los dedos salpicando gotas negras por toda la mesa.

Lo sujetó con más firmeza y escribió su nombre completo en la primera página del examen.

Fang Runin.

No era la única que estaba nerviosa.

Se oían sonidos de arcadas sobre el cubo que se encontraba al fondo de la sala.

Rin se agarró la muñeca y apretó, cerrando los dedos alrededor de las pálidas cicatrices de quemaduras.

Luego inspiró.

¡Concéntrate! En el rincón, el reloj de agua emitió un leve sonido.

¡Podéis comenzar! Anunció el examinador.

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