
Descripción de Julián, el siervo satisfecho 4p2q3r
En este episodio nos tumbamos en el diván con Julián, un enfermero de 50 años que hizo todo "como debía": estudió, trabajó, reformó la cocina y ahora invierte en bolsa guiado por su amigo el banquero. Pero bajo esa fachada de hombre cumplidor se esconde un sujeto atrapado entre el narcisismo del que se cree experto en todo y la sumisión de quien busca validación en los poderosos. Defensor de teorías conspiranoicas como la del Plan Kalergi, Julián es un caso clínico fascinante de cómo el miedo a la insignificancia se transforma en certeza ideológica. Ríe, repite, recomienda… y no entiende por qué el mundo ya no lo necesita. 3ly3p
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Bienvenidos al Diván Magufo, el espacio donde analizamos comportamientos, nos adentramos por los grandes enigmas de la psique, y si alguien lo necesita, le estafamos con un tratamiento pseudocientífico basado en el psicoanálisis, esa terapia que Freud se inventó para pagarse la coca.
Desde el Diván intentaremos desentrañar traumas, manías y esas verdades incómodas que nos gusta ver en los demás pero no en nosotros.
¿Necesitas un terapeuta? Ponte cómodo y prepara la cartera, aquí estamos para engañarte.
Julián es enfermero de formación.
Tiempo después, movido por una mezcla de inquietud profesional y necesidad de prestigio, cursó un posgrado en terapia manual ortopédica en una universidad privada de Zaragoza.
Aquello le dio un aire de especialista que suele exhibir con su altura, aunque en el fondo duda si realmente aquello cuenta como una carrera de verdad.
Casado, padre de dos hijos, vive instalado en una confortable medianía satisfecha, donde la rutina se adereza con reformas del hogar, tardes de fútbol y un fervor casi mesiánico por encontrar el mejor trato.
Actualmente está reformando el baño, y no pierdo ocasión de contarte que he encontrado la mejor tienda con la mejor calidad, al mejor precio y, detalle fundamental, unos trabajadores colombianos excelentes, serios, eficaces y baratos, a los que no duden recomendarte como quien revela un secreto de estado.
Te ofrece encantado los os, no por altruismo, sino porque eso le convierte, por un instante, en poseedor del saber útil.
Julián simpatiza con discursos políticos de extrema derecha, sobre todo aquellos que ofrecen explicaciones simples a su malestar difuso.
Existe sin fisuras en la teoría de la sustitución cultural, rebautizada como teoría Kalergi, y repite con convicción los mantras del miedo, aunque no podría citar una fuente seria ni aunque le apuntaran con una pistola.
Lo suyo no es ideología, es defensa, si algo va mal no es culpa suya, es que lo están reemplazando.
En lo social se siente cómodo con gente como Enrique, un conocido, con buen trabajo y dinero.
Le gusta hablar con él, mostrarle sus inversiones, compartir con orgullo su decisión de meter dinero en la bolsa americana.
Ahora pierdo, pero terminaré ganando.
Mi amigo el banquero me lo ha dicho.
Necesita que Enrique lo escuche, porque su validación lo confirma.
Yo también soy parte de los que saben, de los triunfadores.
Cuando hace una gracia que funciona, la repite hasta la extenuación.
No porque le haga gracia, sino porque por un instante fue aceptado, e intenta que ese instante no se acabe nunca.
Julián no es espontáneo, es reactivo, vive pendiente de cómo lo midan los otros.
Ahora sí, ni Zaragoza ni la terapia manual son delatadores, pero siguen funcionando como símbolo de ese saber técnico que, sin ser académico del todo, le otorga a Julián la autoridad suficiente como para sentirse por encima, pero sin llegar nunca a ser realmente parte de la élite.
Vamos ahora con el psicoanálisis.
Julián se sitúa claramente en la estructura neurótica, concretamente en el polo obsesivo.
Esto se manifiesta en su necesidad de control, su apego a certezas absolutas y su modo de organizar el mundo en dicotomías, buenos-malos, trabajadores vagos, europeos invasores.
Tiene una relación ambivalente con la ley, se somete a ella, pero a la vez necesita ser su intérprete y ejecutor moral.
Todo debe tener una regla, y si no la hay, se la inventa.
Los rasgos paranoides emergen cuando proyecta sus angustias internas en el otro cultural, el extranjero, el diferente, el que nos viene a quitar.
Lo que no puede simbolizar, su sensación de insignificancia, de pérdida de centralidad como varón blanco de clase media en declive, lo arroja a la izquierda.
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