
Descripción de El Juez de los Divorcios 3593g
Narrador: Tato Antúnez Mariana: Araceli Díaz Vejete: Javier García Juez: Alberto García Escribano: Helí Martel Procurador: Samuel Pérez Doña Guiomar: Alicia Melián Soldado: Rafa García Cirujano: Juan González Doña Aldonza Minjaca: Gabriela Pedriali Ganapán: Yeray Nuez Músico: Quico Ramos Canción final: Samuel Pérez y Goretti Bermúdez f1l4n
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El cuadro de actores y actrices de la emisora municipal Radio Agaete pone en escena la obra El juez de los divorcios. Narrador Tato Antunes, Mariana Araceli Díaz, Vegete Javier García, Juez Alberto García, Escribano Eli Martel, Procurador Samuel Pérez, Doña Guiomar Alicia Melián, Soldado Rafa García, Cirujano Juan González, Doña Aldonza Minjaca Gabriela Pedriali, Ganapán Yeray Nuez, Músico Kiko Ramos. Canción final Samuel Pérez y Goretti Bermúdez.
Con todos ustedes, el juez de los divorcios. En una sala de juicios de la Real Audiencia de Granada, allá por el siglo XVII, se celebra un juicio por demanda de divorcio. Están esperando los interesados, sentados en la espaciosa sala. Entra el juez que se coloca en el estrado central y le siguen otros dos, que son el escribano y el procurador, y se sientan en sus sillas a cada lado. Llaman a los interesados para que se acerquen al estrado. Él es un señor ya entrado en años y que parece estar asustado y nervioso. Su mujer, Mariana, aparenta ser mucho más joven y con genio. Esta se dirige a su esposo en voz baja cuando se colocan en sus sitios.
Bien que está ya el señor juez de los divorcios sentado en la silla de su audiencia, de este lío tengo que quedar dentro o fuera. De esta ocasión tengo que quedar libre de obligaciones y deuda, como el Por amor de Dios, Mariana, que no vendas tanto tu negocio. Habla bajo, por la pasión que Dios pasó. Mira que tienes asustada a toda la vecindad con tus gritos.
Y pues tienes delante al señor juez. Con menos voces le puedes informar de tu justicia. El juez, que les mira de hito en hito, se decide intervenir. ¿Qué pendencia traes, buena gente? Señor, divorcio, divorcio y más divorcio, y otras mil veces divorcio. ¿De quién o por qué, señora? ¿De quién? De este viejo que está presente.
¿Y por qué? Porque no puedo sufrir sus impertinencias, ni estar de continuo atento a curar todas sus enfermedades. Y no me criaron a mí mis padres para ser hospitalera ni enfermera.
Cuando entré en su poder, me relumbraba la cara como un espejo. Y ahora la tengo toda arrugada.
Pues a merced, señor juez, me descase, si no quiere que me ahorque. Mire, mire los surcos que tengo por este rostro, de las lágrimas que derramo cada día por verme casada con esta anatomía.
No lloréis, señora. Bajad la voz y enjugad las lágrimas, que yo os haré justicia.
Déjeme huésame a merced llorar, que con esto descanso. En los reinos y en la república bien ordenada había de ser limitado el tiempo de los matrimonios, y de tres en tres años se habían de deshacer.
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