Francisco I, el renacentista 4r5u40

—Majestad... —Ahora no, querido amigo, lo cayó Francisco, apresurándose a aliviar su ansia febril.

—Debes reponerte.

El anciano, cubierto de pelo blanco por toda la cabeza, se dejó ayudar por el rey Francisco, recostándose en la cama cuando se lo indicó, bebiendo agua cuando le acercaba el vaso, y callando cuando se lo ordenaba.

¡Cómo no hacerlo! Al fin y al cabo, ese hombre joven y vigoroso le había sacado de entre las sombras donde lo metieron los médici de Florencia.

Le había llevado hasta Francia, recalándole un castillo cerca de su corte, y un lugar de honor, en su mundo culto y refinado, un mundo digno de artistas como él, un lugar donde los sueños pertenecen a los hombres, donde Dios ilumina a los hombres.

¡Cómo no obedecerle hasta la muerte! —¡Majestad...! Volvió a intentarlo.

Necesitaba hacerle saber, por lo menos, que gracias a él volvía a sentirse un hombre libre.

Pero Francisco no permitía que le llevasen la contraria.

La muerte tampoco lo haría.

Sabía que Leonardo moriría.

No le quedaba mucho tiempo, pero daba igual.

Los médicos debían encontrar una cura.

No podían dejarle ir así como así.

Ya se había enfrentado a todos en la corte.

Incluso su propia madre, cuando intentó hacerle ver la realidad, cayó en saco roto.

—Te pondrás bien, zanjó Francisco, y en cuanto eso pase, ordenaré preparar una fiesta en tu honor.

Pero Leonardo llevaba ya mucho vivido, más y en peores condiciones que aquel hermoso joven que tenía delante.

Sonrió con bondad.

Era el único que le apreciaba.

Tal vez la única persona que de verdad le respetó como artista.

¿Lo hizo también como ser humano? Eso es lo que el pobre pintor de la Yoconda no supo responder.

Sus obras se quedarían en Francia.

Su cuerpo se quedaría en Francia.

Pero su lengua, su hogar, su espíritu...

¿Quién la recordaría a él? ¿Para Francisco era una persona? ¿Era Leonardo o era el maestro? ¿Quién era, en definitiva? ¿Quién era? Francisco no pudo hacer nada por él.

Ni siquiera pudo aliviarle cuando los ojos de aquel pobre anciano se cerraron.

Para siempre.

A ese mundo que tan grato y tan cruel le fue a partes iguales.

—Buenas noches y bienvenidos una semana más a Relatos de la Historia, en la emisora de Tu Radio Valencia.

Como de costumbre, aquí solemos contar la vida de distintos personajes, ya sean históricos o fantasiosos.

Pero, en esta ocasión, vamos a ir con uno de esos personajes más bien históricos.

Un personaje que, si bien en España no es tan conocido, sí que lo es a nivel europeo y, sobre todo, en nuestro país vecino, Francia.

Aunque también debo señalar, el personaje que traigo hoy ya estuvo también en España durante el siglo XVI.

Pero lo estuvo como preso político.

Y si bien fue uno de los principales rivales del emperador Carlos V, Carlos I de España, conocido, también fue, en su país, uno de los mayores exponentes del Renacimiento francés.

Un reilustrado de letras que, incluso, mirad qué curiosidad, llegó a tener una salamandra como su propio emblema.

¿Sabéis de quién hablo? Bueno, tal vez quienes hayáis visto la serie de Carlos rey emperador os hagáis una idea.

Vamos a conocer la historia de Francisco I de Francia, de la casa de Valois a Angoulême.

Francisco I nació en 1494 en el castillo de Coignac, o tal vez debería decir, el chateau.

Francisco nace como hijo de Carlos d'Orléans y Luisa de Samuel.

Su padre era un miembro de una rama menor de la casa de Valois, de la dinastía Capeta.

Una dinastía que había gobernado en Francia desde hacía muchísimos años y que, aun entonces, de hecho, seguía en el poder.

Y ese para cuando nació Francisco, en Francia gobernaba el rey Carlos VIII, conocido, paralogicamente, como el Cabezud.

Pero bueno, no es todo.