Desarrollo Personal: La segunda oportunidad 364053

Desarrollo personal.

La segunda oportunidad.

Había una persona adinerada que contaba con una gran cantidad de propiedades, una amplia vivienda con una gran piscina y múltiples habitaciones, numerosos animales, varios trabajadores y un solo hijo, su sucesor.

Al hijo le encantaba celebrar reuniones, disfrutar con sus compañeros y ser elogiado por ellos.

Su padre le advertía constantemente que esos amigos solo permanecerían junto a él mientras tuviera algo que ofrecer, tras eso lo dejarían.

Un día, el anciano, ya con mucha edad, instruyó a sus trabajadores para que levantaran un pequeño establo.

En su interior, él mismo preparó una horca y junto a ella colocó un letrero con una frase que decía, para que nunca menosprecias las enseñanzas de tu padre.

Luego llamó a su hijo, lo condujo al establo y le expresó, hijo, he alcanzado una avanzada edad y cuando yo ya no esté, tú serás responsable de todo lo que poseo y tengo una visión de tu destino.

Dejarás la propiedad en manos de los empleados y gastarás tu fortuna con tus amistades.

Venderás cada bien para poder sobrevivir y cuando ya no tengas nada, tus amigos se irán.

Solo entonces lamentarás con profunda tristeza no haberme escuchado.

Por eso construí esta horca, es para ti.

Te pido que me prometas que, si lo que te he advertido ocurre, te ahorcarás en ella.

El joven se rió, encontró la idea ridícula, pero para no contradecir a su padre, juró que lo haría, convencido de que eso nunca pasaría.

Con el tiempo, el padre falleció y su hijo asumió todo.

Y tal como su padre había anticipado, el joven derrochó todo, vendió sus propiedades, perdió a sus amigos y su propia dignidad.

Desesperado y angustiado, comenzó apenas a pensar sobre su vida y se dio cuenta de que había sido un necio.

Recordó las palabras de su padre y empezó a decir, ah, querido padre, si hubieras seguido tus consejos, pero ahora es demasiado tarde.

Con tristeza, el joven levantó la mirada y vio el establo.

Con pasos lentos, se acercó y al entrar observó la horca y el letrero cubiertos de polvo y pensó, nunca presté atención a las enseñanzas de mi padre.

No pude hacerlo feliz en vida, pero al menos esta vez seguiré su voluntad.

Voy a cumplir mi promesa.

No tengo nada más que perder.

Así que subió los escalones y se amarró la cuerda al cuello y reflexionó, ah, si tuviera otra oportunidad.

Luego, se lanzó desde la parte superior de los escalones y por un breve momento sintió cómo la cuerda apretaba su cuello.

Era el final.

Sin embargo, el brazo de la horca era hueco y se quebró con facilidad, lo que hizo que el joven cayera al suelo.

De él se desprendieron joyas, esmeraldas, perlas, rubíes, zafiros y diamantes, muchos diamantes.

Lleno de piedras valiosas, el lugar estaba.

Entre las cosas que cayeron, halló un mensaje.

En ella estaba escrito, esta es tu segunda oportunidad.

Te quiero mucho, hijo.

Con cariño, tu papá.

Nunca es demasiado tarde para enmendar rumbos cerrados.

Que siempre habrá una luz al final del túnel si estamos dispuestos a verla y cambiar.

Caer y levantarse forja el carácter.

Y mientras tengamos vida, es hora de recomenzar.