DANTE Y LOS FIELES DEL AMOR 284r55

Bienvenidas y bienvenidos a Horizontes Perdidos, un podcast de Leo Vicente.

Entrad libremente y por vuestra propia voluntad, un viaje mágico para recuperar el centro.

Sendas a los adentros, geografía mítica y atlas espiritual para nobles viajeros.

Puede que en alguna vida anterior yo haya sido el mago y saberino de alguna reina virgen.

O a lo mejor he sido una dama en Shangai o una col en Bruselas.

Del mismo modo tú has vivido ya en otros reinos del pasado y antes de ser la Simoneta Vespucci que pintó Botticelli, fuiste un mendigo en Benarés o la bellísima flor de un cactus.

El sueño de tu existencia ha ido cristalizando en todas las formas posibles, pero esta transmigración entre los seres no se ha realizado sólo a través del tiempo.

También ahora uno vive a la vez en distintos lugares del mundo.

Cuando llegas a una ciudad lejana y desconocida, tú ya estás allí de antemano esperándote.

Viajar consiste en buscarse en alguna encrucijada secreta.

Morir sólo es haberse encontrado.

Y así llegas a Disneyland, París y después de haberte atizado una sopa de cebolla entre pecho y espalda, descubres que es la noche del 18 de marzo de 1314, un lunes, y que eres Felipe el Hermoso y que te asomas a la ventana para asistir al epílogo de tu temeraria y afortunada operación antitemplaria.

Mira, Jacques de Molay, XXII Gran Maestro y Geoffrey de Chagny, Gran Comendador de Normandía, se habían retractado en la mañana de todas las confesiones que se les había arrancado mediante torturas.

Por consiguiente, en base a la ley que permitía únicamente a los jueces la rectificación de lo que ya había sido declarado verbalmente, habían sido declarados reincidentes, y su condena de por vida había sido ipso facto conmutada por la de la pena de muerte.

Frente al Palacio Real, en un islote del Sena, los soldados preparaban el escenario del suplicio.

En todos los grandes acontecimientos hay siempre un testigo que, sin quererlo, colabora con la historia dejando un documento como recuerdo de lo ocurrido.

También aquella vez había entre la multitud un cronista, un poeta, llamado Geoffrey de Paris, que observó y refirió al siniestro espectáculo con estas palabras, el mismo que tuviste.

El Gran Maestro, cuando había encendido el fuego, se desnudó sin dudarlo.

Lo digo porque lo vi con mis propios ojos.

Luego comenzó a caminar, totalmente desnudo.