
Álvaro Pascual Leone: ¿Para qué necesitamos un cerebro? 3x1dp
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“No necesitas un cerebro para moverte, no necesitas un cerebro para captar el medio ambiente, no necesitas un cerebro para ver o para oír. ¿Para qué tenemos un cerebro entonces? Yo creo que tenemos un cerebro para conectar con los otros”. Con este planteamiento humanista, el neurólogo Álvaro Pascual-Leone da un salto exponencial en el conocimiento del cerebro y defiende la socialización, relaciones personales sanas y un propósito vital como aspectos claves para mantener la salud cerebral. Catedrático de Neurología y decano asociado de Ciencia Clínica y Traslacional de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, el doctor Pascual-Leone dirige la División de Neurología del Comportamiento y el Centro Berenson-Allen de Estimulación Cerebral No Invasiva en el Hospital Beth Israel Deaconess en Boston. Se ha especializado en el desarrollo y aplicación de la estimulación magnética transcraneal (EMT), una técnica no invasiva que permite activar o inhibir regiones del cerebro mediantes pulsos magnéticos, con extraordinarios resultados en pacientes con ictus, Parkinson o depresión resistente. Su trabajo e investigación sobre estimulación cerebral no invasiva, recogidos en las principales revistas científicas y en el libro ‘El cerebro que cura’, se ha visto amplificado a través de programas de formación en Harvard. El doctor Pascual-Leone, doctor Honoris Causa por la Universidad de Madrid, es también miembro de la Real Academia Nacional de Farmacia en España y ha sido reconocido con galardones como el Premio Ramón y Cajal en Neurociencia (España), el premio Norman Geschwind en Neurología del Comportamiento de la Academia Americana de Neurología, el premio Jean–Louis Signoret de la Fundación Ipsen (Francia) y el premio de Investigación de Friedrich Wilhelm Bessel de la Fundación Humboldt (Alemania). 1z6x4o
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Álvaro Pascual Leone. Álvaro Pascual Leone es catedrático de Neurología en la Harvard Medical School y director de centros de investigación en Boston. Reconocido como uno de los 15 neurocientíficos más importantes del mundo, ha impulsado avances en neurofisiología y terapias cerebrales.
Quiero llevaros al 4 de agosto de 1957. Ese día, en Alemania, en Nürburgring, Juan Manuel Fangio estaba preparándose para correr uno de sus últimos grandes premios. Era el piloto dominante en Fórmula 1, en el primer campeonato mundial de Fórmula 1. Lo había ganado todo, era una leyenda. Cuatro campeonatos del mundo, 23 campeonatos de grandes premios, parecía que no tenía rival y, sin embargo, su enorme palmarés y su enorme capacidad como piloto no eran suficientes. No eran suficientes porque estaba conduciendo un Maserati y el Maserati ya no era el coche más potente, estaban los Ferraris. Pero, además, él tenía 46 años, estaba al final de su carrera y nunca nadie ha ganado ya, con tanta edad, el campeonato del mundo.
Necesitaba una estrategia nueva y entonces hizo lo impensable. Salió con ruedas blandas, que son más rápidas, pero que se gastan más rápido, y salió con solamente la mitad de la cantidad de gasolina que iba a necesitar para que su coche pesara menos, y salió a toda velocidad. Salió jugándoselo todo para ganar suficiente ventaja sobre sus perseguidores y la estrategia funcionó. Durante la primera mitad de la carrera funcionó, pero una parte crítica de esa estrategia era que tenía que parar, tenía que parar a la mitad de la carrera para cambiar las ruedas, para poner más gasolina, porque si no, no acababa.
A las 13 vueltas llevaba 30 segundos de ventaja sobre sus perseguidores, los dos Ferraris, y paró. Y la parada planeada en boxes, algo impensable en aquel momento, no era la estrategia que se hacía, llegó en el momento adecuado, pero fue un desastre. Se pasó más de un minuto parado, se cayó hasta una tuerca que se metió debajo del coche y uno de los mecánicos tuvo que arrollarse para buscarla.
Y cuando volvió a reunirse a la carrera, ya no iba primero, sino que iba tercero a más de 48 segundos detrás de los dos Ferraris. Muchos hubieran tirado la toalla, pero no Fangio. Fangio aceptó el reto con ruedas nuevas de nuevo, con gasolina a mitad de la carga, con el peso mínimo del coche. Arriesgó todos sus talentos. Se obligó a forzar el acelerador y a usar una marcha más alta en cada curva que lo que había hecho anteriormente.
Y así, poco a poco, vuelta a vuelta, recuperó la distancia. En dos estrategias memorables consiguió de nuevo adelantar a los Ferraris en la última vuelta y ganó por menos de tres segundos.
Es una de las grandes hazañas de la Fórmula 1, se reconoce aún ahora. Y para la carrera de la salud cerebral nos enseña cuatro lecciones muy importantes que yo quiero destacar. La primera es que todos tenemos la responsabilidad de ser pilotos de nuestro cerebro. No podemos dejar que el cerebro nos lleve, tenemos que conocer nuestros talentos y arriesgarlos todos.
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