
56-El Conde De Montecristo-La noche de Auteuil 104v2x
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¿Ha pensado usted alguna vez que un millón setecientos mil francos, multiplicado por siete, hacen muy cerca de doce millones? ¿No? Pues bien, tiene usted razón.
Con reflexiones semejantes no se comprometerían jamás los capitales que son al financiero, lo que la piel es al hombre civilizado.
Tenemos trajes más o menos suntuosos.
Es nuestro crédito.
Pero cuando el hombre muere, solo tiene su piel.
Del mismo modo que, aparte de los negocios, no tiene usted más que su capital efectivo.
Cinco o seis millones a lo sumo.
Porque las fortunas de tercer orden apenas representan la tercera o cuarta parte de su apariencia, como la locomotora de un ferrocarril.
Por muy envuelta en humo que esté, es solo una máquina más o menos resistente.
Ahora bien, de los cinco millones que forman su activo real, acaba usted de perder cerca de dos.
Que disminuye en otro tanto su fortuna ficticia o su crédito.
Es decir, mi querido señor Don Clark, que su piel acaba de ser abierta por una sangría.
Que reiterada cuatro veces, acarrearía la muerte.
Sea usted franco conmigo.
Necesita usted dinero.
¿Quiere que se lo preste? Capítulo cincuenta y seis del Conde de Montecristo de Alejandro Dumas.
Bienvenidos a lecturas de Yamil Cuéllar.
Comenzamos.
¡Qué mal calculador es usted, conde! Exclamó Don Clark, llamando en su ayuda a toda la filosofía y toda la disimulación de la apariencia.
A la hora que es, el dinero ha reingresado.
Por otras especulaciones que han triunfado.
La sangre que salió por la sangría ha vuelto por la nutrición.
He perdido una batalla en España y he sido derrotado en Trieste.
Pero mi flota de la India habrá tomado algunos galeones.
Y mis mineros de México habrán descubierto un nuevo yacimiento.
Muy bien, muy bien, pero la cicatriz queda.
No, la cicatriz queda.
Y a la primera pérdida se abrirá de nuevo.
No, no, no, no.
Porque yo piso sobre certidumbres.
Prosiguió Don Clark con la facundia vulgar del charlatán, que hace el reclamo de su mercancía.
Sería preciso para arruinarme que tres gobiernos sucumbieran.
Ah, diantre.
Ya se ha visto eso.
Que la tierra no diera cosechas.
Recuerde usted las siete vacas gordas y las siete vacas flacas.
Oh, que las siete vacas gordas y las siete vacas flacas.
Recuerde usted las siete vacas gordas y las siete vacas flacas.
Oh, que el mar se retirase, como en los tiempos del faraón.
Y aun así hay muchos mares y muchos barcos que podrían utilizarse.
Tanto mejor, mil veces tanto mejor, querido amigo Don Clark.
Ya veo que me había engañado y que la suya pertenece a las fortunas de segundo orden.
Creo poder aspirar a ese honor.
Declaró Don Clark con una de aquellas sonrisas estereotipadas.
Que hacían a Montecristo el efecto de esas lunas harinosas.
Que los malos pintores colocan en el centro de sus paisajes nocturnos.
Ah, y ya que hablamos de negocios.
Añadió, encantado de poder con este pretexto cambiar de conversación.
Dígame lo que puedo hacer por el señor Cavalcante.
Darle dinero si tiene un crédito sobre usted.
Y el crédito le merece confianza.
Excelente.
Se ha presentado esta mañana en mi casa con un bono de cuarenta mil francos.
Pagadero a la vista sobre usted.
Firmado Busoni.
Y endosado por usted sobre mi caja.
Ya comprenderá que al instante le he contado sus cuarenta billetes de mil francos.
Montecristo hizo un signo de cabeza que indicaba su completa adhesión.
Pero además, ha abierto a su hijo un crédito en mi casa.
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