
60-El Conde de Montecristo-La resolución de los amantes 6h6i6k
Descripción de 60-El Conde de Montecristo-La resolución de los amantes w5a4w
Publicada entre 1844 y 1846 se considera la mejor novela de Alejandro Dumas, ahora en la voz de Yamil Cuéllar. www.yamilcuellar.com / LECTURAS de Yamil Cuéllar Hoy en el programa: Anuncio de la rifa 4l596h
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Ay, señor, ha ocurrido una desgracia. La marquesa de San Megán está aquí y su marido ha muerto.
El marqués de San Megán y Noitier nunca estuvieron ligados por una profunda amistad.
Sin embargo, bien sabido es el efecto que hace siempre sobre un anciano el anuncio de la muerte de otra persona de su edad.
Noitier dejó caer la cabeza sobre el pecho como un hombre acabado o como un hombre que piensa.
Luego cerró el ojo izquierdo.
¿La señorita Valentina? Noitier hizo signo de que sí.
Está en el baile, ya lo sabe el señor, puesto que ha venido a decirle adiós antes de salir.
Noitier cerró de nuevo el ojo izquierdo.
¿Quiere usted verla? El anciano hizo un signo de que era eso lo que deseaba.
Sin duda irán a buscar la casa de la condesa de Morsef.
La esperaré a su vuelta y le diré que suba aquí.
¿Es esto? Sí.
Respondió el paralítico del modo acostumbrado.
Capítulo 60 del Conde de Montecristo de Alejandro Dumas Bienvenidos a lecturas de Yamil Cuéllar.
Comenzamos.
Bagua acechó pues el retorno de Valentina y le expuso el deseo de su abuelo, como ya saben nuestros lectores.
En virtud de este deseo, Valentina bajó al aposento de Noitier al salir de la habitación de la Marquesa de San Megán que, aún estando muy agitada, acabó por sucumbir a la fatiga y se dormía con un sueño febril.
Se dejó al alcance de su mano una mesita sobre la cual había una jarra de naranjada, su bebida habitual y un vaso.
Luego, como acabamos de decir, la joven dejó su puesto junto al lecho de la Marquesa para bajar al cuarto de Noitier.
Valentina vino a abrazar al anciano, quien la miró con tal ternura que la joven sintió de nuevo afluir a sus ojos las lágrimas que creía agotadas.
Noitier la miró con insistencia.
Sí, sí. ¿Quieres decir que yo tengo siempre en ti un cariñoso abuelo? El anciano significó, con el movimiento habitual de sus ojos, que era eso lo que quería decir.
Ay, de no ser así, ¿qué sería de mí, Dios mío? Era la una de la madrugada.
El pobre vaguá, que se moría de sueño, se atrevió a indicar que, después de una jornada tan dolorosa, todos tenían necesidad de descanso.
Noitier no quiso decir que su descanso era ver a su nieta.
Despidió a Valentina, a quien, efectivamente, el dolor y la fatiga daban un aspecto bien marcado de sufrimiento.
Al día siguiente, al entrar en el cuarto de su abuela, Valentina la encontró en la cama.
La fiebre no había disminuido, al contrario.
Un fuego sombrío brillaba en los ojos de la anciana, que parecía presa de una violenta excitación nerviosa.
Oh, Dios mío, querida mamá, ¿sufre usted mucho? Dijo Valentina, advirtiendo tan claros síntomas de agitación.
No, no, hija mía, no, pero te aguardaba con impaciencia para avisarle a tu padre que venga.
¿A mi padre? Sí, sí, quiero hablarle.
Valentina no osó oponerse al deseo de su abuela, del cual, además, ignoraba la causa.
Y un instante después entró Billefort.
La marquesa de San Megán, sin emplear ningún rodeo, y como si temiese que le faltara el tiempo, le manifestó lo siguiente.
Me escribió usted que tenía en proyecto el matrimonio de mi nieta.
Sí, señora, pero es más que proyecto.
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