
49-El Conde De Montecristo: La Familia Cavalcanti 3k3z5z
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Publicada entre 1844 y 1846 se considera la mejor novela de Alejandro Dumas, ahora en la voz de Yamil Cuéllar. d5p3j
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Capítulo 49 del Conde de Montecristo de Alejandro Dumas. Bienvenidos a lecturas de Yamil Cuéllar.
Llegamos a la mitad de la novela con la aparición de dos personajes.
Un tal mayor Cavalcanti que se aparece en casa de Montecristo con una carta del Abba de Busoni y el hijo de Cavalcanti que aún no ha entrado en escena pero que sabemos que está allí porque cerramos el último capítulo que te leí, lo cerramos cuando Bautista le anunció la llegada de este muchacho al conde. Ahora, ¿quiénes son esta gente? ¿Qué pintan en la historia? La verdad es que no lo sé. Cavalcanti o Cavalcanti, sí, así se pronuncia, parece ser un noble caído en desgracia.
Le robaron a su hijo cuando era pequeño. El conde lo encontró y está por producirse un encuentro de esos que ponen en programas baratos de televisión o en los culebrones de baja factura. Va a ser un encuentro emocionante. Alejandro Dumas nos libra de eso, por Dios. Pero bueno, parece que sí, que va a ser un encuentro emocionante y Montecristo está por realizar, al parecer, otra buena acción. Qué lindo, qué lindo.
Quiero volver a reiterar mis disculpas por las interrupciones. Esta es la última vez que lo voy a decir porque hasta yo parezco un disco rayado. Lamentablemente está fuera de mi alcance mantenerme al día. Es casi imposible en mi situación actual, como siempre casi. No quiero justificarme, solamente decirles que si no ven que subo un capítulo es porque me fue imposible grabar y nada que cuando lo tenga hecho, ya sea sábado o domingo, pues saldrá al aire porque estamos muy atrasados con la novela. Ya pensaba ya más o menos por estas fechas estar terminando y mira la hora que es.
Damas y caballeros, comienzo a leerte el capítulo 49 del conde de Montecristo de Alejandro Dumas. Comenzamos. Ni el conde ni Bautista mintieron al anunciar a Morcef la visita del mayor Cavalcanti, que sirvió de pretexto a Montecristo para no aceptar la comida que se le invitaba. Acababan de dar las siete y ya vertucio hacía dos horas que partiera para Autil, cuando un coche de punto se paró a la puerta del hotel y pareció huir avergonzado tan pronto como depositó al lado de la verja a un hombre de 52 años. Poco más o menos que vestía una de esas polonesas verdes con agremanes negros, cuya especie es, sin duda, imprecedera en Europa.
Un ancho pantalón de paño azul, botas en buen estado aún, pero no muy limpias, y de gruesa suela, guantes de piel gamo, sombrero parecido en la forma a la de los gendarmes, cuello negro bordado en blanco, que si su propietario no lo hubiese llevado por su propia voluntad, podía pasar por una argolla. Tal era, atención, atención, tal era, tal era.
El pintoresco equipo bajo el cual se presentó el personaje que llamó a la verja, preguntando si el señor conde de Montecristo vivía en el número 30 de la avenida de los campos helicios, y que, ante la respuesta afirmativa del portero, entró, cerró la puerta tras él y se dirigió hacia la escalinata. La cara delgada y angulosa de aquel hombre, sus cabellos canosos, su bigote espeso y gris, le hicieron ser reconocido por Bautista, que tenía el señalamiento exacto del visitante y le esperaba en el vestíbulo.
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