
Descripción de 3.- Los Castigos 6p43h
En esta ocasión exploramos recuerdos de correctivos recibidos, ellos revelan nuestras rebeldías. Los vamos revisitando, dede los tiempos en los que manjeaban nuestra barca, hasta la edad adulta, pese a manejarla nosotras mismas. 2m533h
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Hola, bienvenidas a esta tercera entrega de Aburrimiento Voluntario.
Estamos muy contentas de todas estas orejas que se acercan y muy agradecidas.
Muchas gracias.
Escucharéis un inquietante coro aquí de fondo.
No pasa nada, son unos seres de luz que están hoy con nosotras, unos ángeles en prácticas que nos han escrito, muy interesadas por el tema que vamos a tratar hoy, de los castigos, y bueno, han venido en principio a escuchar, pero la verdad que tienen esta costumbre de arrancarse a cantar, y les voy a pedir por favor que nos presten un ratito de silencio para escuchar bien.
Vale, pues muchísimas gracias.
Ahora sí, empezamos.
Aburrimiento voluntario.
Solo vamos a decir aburrimiento voluntario.
Aburrimiento voluntario.
Aburrimiento voluntario.
En principio dicen las personas, en principio son buenas, ¿no? Y yo quiero ser una buena persona y me voy a comportar como tal, y voy a hacer las cosas bien.
Los castigos infantiles son nuestro primer o con lo normativo.
Con la idea del bien y del mal, con la noción de justicia, nuestras primeras heridas por multa nos recuerdan que a veces es arriesgado llevar la contraria.
Nadie quiere ser mala persona.
Yo quería ser santa, pero yo quería ser santa.
Yo quería ser santa Teresa de Jesús, era mi modelo.
Y antes de que podamos desarrollar valores propios, con lo que nos encontramos es con la moral genérica, que nos va dando pistas a base de correctivos.
Los valores propios y los valores llamados normales no siempre coinciden y producen fenómenos curiosos.
Pero a mí lo que me gustaba de santa Teresa era que leía libros y que se escapó con su hermano porque quería recorrer el mundo.
Hemos hecho un repaso a los castigos que hemos conocido para descubrir, entre otras cosas, lo vívidos que están estos recuerdos en nuestra mente, muchas veces por encima del pecado que motivó la sanción.
A mí en el pueblo, para castigarme, que yo he sido muy rebelde, me mandaban salir al patio a coger piebritas para ponérmelas debajo de las rodillas, los brazos en cruz.
Los brazos en cruz significaba que te ponían unos libritos en las manitas y según se te bajaban, te ponían otro más para que las levantaras.
Y mi padre, yo iba a casa llorando con un dolor de verdad.
¿Algo habré hecho? Mis padres, sobre todo mi padre, apoyaba muchísimo la decisión que hubiese tomado en ese momento una profesora.
¿Y el pecado cuál era? Es que no me acuerdo del pecado. Sería hablar, me imagino que hablar.
Hablar iremos descubriendo que es uno de los pecados más castigados.
Ha sido bonito compartir nuestros primeros castigos porque así hemos descubierto también nuestras primeras rebeldías y nos hemos dado cuenta de que muchas de ellas, las mantenemos hoy, no eran tonterías de niñas.
Un castigo que tenía que tener menos de siete años.
A mí me encantaba el teatro, desde pequeñita.
Entonces mi madre tenía muchas manias que yo fuera bien vestida.
Bueno, todos los hijos.
Y había que llevar combinación.
Una cosa que yo no entendía nunca, y sigo sin entender para qué servía eso.
Entonces había que llevar la camiseta, una camiseta de algodón, la combinación, los lotardos.
No me gustaban los lotardos tampoco porque me picaban.
Y a mí lo que me gustaba era correr.
Yo no soportaba ni la combinación ni los lotardos.
Y resulta que había teatro.
Y mi madre me había prometido que me dejaba ir con mi abuela a ese teatro.
Y pues yo normalmente lo que hacía era que llegaba, iba al váter y me quitaba lo que me molestaba.
Pero luego iba al váter y me lo ponía para que mi madre no se entera.
Entonces pues yo esa vez lo olvidé.
Le buscaste la vuelta pero se te olvidó.
Se me olvidó.
Llegué a casa, a la tienda, que mi madre estaba en la tienda despachando.
Y mi madre me hizo la revisión.
Como no llevaba los lotardos, pero la combinación no, me castigó.
Que es la única vez que recuerdo que mi madre me castigara.
Y me castigó a estarme en el patio, encerrada, sola.
Y claro, la función era esa tarde.
Y ya no iba al teatro.
A mí no me dolía estar encerrada.
A mí lo que me dolió, y no lo he olvidado, el hecho de no haber podido ver esa obra de teatro.
El mayor castigo fue no tanto por la combinación, sino porque yo...
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