11-"Las crónicas de Esther" de Vicente García. Capítulo 11. Audiolibro. Distopía. Ciencia Ficción. 424k5j

Capítulo 11 Alexa estaba emocionada.

Era consciente de que su vida corría peligro en todo momento, o al menos esa era la sensación que tenía, expuesta por completo al mundo y acompañada únicamente de aquella mochila con algunas provisiones y utensilios viejos que le habían ofrecido antes de abandonar la ciudad.

Todo le parecía increíble desde que dejara Nueva Washington.

Le insistieron en varias ocasiones para que se quedara en la ciudad, pero tenía claro que su objetivo era otro.

Sus ansias por explorar superaban en mucho las incomodidades a las que se enfrentaba en cada momento.

El cansancio, el hambre o el frío eran experiencias nuevas para ella, aunque lo que peor llevaba era la soledad.

No había nadie con quien hablar, estaba sola y su única compañía era el diario personal que llevaba consigo y un antiguo libro que le había entregado Ptolomeo en el momento de despedirse.

1984 Durante el tiempo que viajó escoltada, aprovechó el conocimiento de la experimentada comitiva para saciar su curiosidad.

Todo cuanto veía le parecía nuevo y las preguntas se agolpaban en su cabeza a cada paso que daba.

Estaba emocionada, pero esa cálida compañía siempre había tenido fecha de caducidad.

Ahora estaba sola y dependía de ella misma.

Llevaba ya 24 horas caminando en dirección norte, un día que se había hecho eterno.

Nunca hubiera imaginado que la soledad pudiera llegar a ser tan aburrida.

Continuó caminando durante horas, siguiendo una antigua carretera que, según parecía indicar el viejo mapa que le habían dejado, conducía hasta un domo del que ella no tenía constancia.

La irispedia hablaba de 47 domos tras los sucesos de la gran plaga, pero no había oído hablar de ninguno denominado Baltimore y que, según había comprobado, estaba a unos 200 kilómetros al noreste.

Había hecho algunos cálculos muy aproximados y manteniendo aquel ritmo de 5 kilómetros por hora podría llegar en unos tres días.

No tardó en darse cuenta de que había algo peor que la soledad, la terrible quietud que la rodeaba en todo momento.

Dentro de los domos el bullicio era constante.

Había gente en movimiento, vehículos que viajaban de un lugar a otro y el eterno zumbido de los generadores de energía.

Pero ahí fuera únicamente se oía el viento, algunos pájaros y el sonido de sus pasos.

Aquello hacía que cualquier ruido lejano la inquietara y que estuviera en tensión en todo momento, algo de lo que no se había percatado viajando emocionada junto a Esther y Jack.

También le llamaba mucho la atención la presencia constante de animales de todo tipo, desde pájaros a insectos, ardillas o conejos.

Se suponía que la vida había quedado relativamente extinguida tras los sucesos de la gran plaga, haciendo inhabitable buena parte de la superficie terrestre, algo que siempre le había costado creerse.

Se trataba de una mentira que había quedado patente desde que diera el primer paso fuera del domo.

Y lo peor, era que resultaba imposible que Iris lo desconociera, quedando de manifiesto el engaño al que les tenía sometidos la superinteligencia artificial.

La primera noche la pasó en el interior de una casa que vio no muy lejos de la carretera.

Decidió guarecerse en su interior del frío nocturno y evitar de paso cualquier sorpresa.

Era consciente de que se iba a morir.