
09-"Las crónicas de Esther" de Vicente García. Capítulo 9. Audiolibro. Distopía. Ciencia Ficción. 2r2r70
Descripción de 09-"Las crónicas de Esther" de Vicente García. Capítulo 9. Audiolibro. Distopía. Ciencia Ficción. 586z27
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Capítulo 9. Al mediodía del día siguiente, los tres fueron conducidos hasta los límites de la ciudad, desde donde cada uno seguiría el camino escogido.
—Ha sido un verdadero placer conoceros —confesó Ricard con una sonrisa—. Por lo general, los domonitas que hemos conocido son unos engreídos, pretenciosos e ignorantes, sin intención alguna de escuchar nada que no sean las verdades de Iris.
—Muchas gracias. Vosotros tampoco sois los bárbaros sobre los que nos habían advertido, dijo a su vez Jack, ni los mutantes radioactivos y leprosos que nos enseñan en el colegio, añadió Esther.
—Si os parece bien, os dejaremos estas pulseras de baja frecuencia, capaces de emitir una señal en caso de que alguna vez necesitéis nuestra ayuda —dijo Ptolomeo entregándoles los aparatos.
—Buena suerte —dijo Nuri, quien parecía haberse arreglado para la ocasión.
—¿Estás segura de tu decisión? —preguntó Esther a su amiga.
—Por completo —respondió Alexa dándole un abrazo, sin saber que aquella sería la última vez que se verían.
—Yo partiré en sentido contrario, rumbo al este, hacia donde sale el sol.
Jack y Esther no tardaron en comenzar a caminar en dirección al domo. Les quedaba un largo camino y no convenía demorarse. Habían decidido llegar un día antes de lo previsto para intentar hablar con los ascendentes de Jack sobre las dudas que les había planteado. Necesitaban escuchar a un adulto ratificar o negar todo lo que habían descubierto.
Aunque algo más retrógrados y conservadores a pesar de su juventud —apenas cuarenta años— los progenitores de Jack serían más sinceros al respecto que los de Esther, que en muchos aspectos resultaban demasiado paternalistas y protectores. Tenían claro que no les quedaba más remedio que ser discretos con respecto a la información que disponían, y sobre todo de su procedencia.
De ninguna manera podían saber que habían salido al exterior, ya que por muy abiertos que fueran sus progenitores, había cosas que eran incapaces de asimilar. Una vez fuera de la ciudad, caminaron en silencio, disfrutando del espectáculo que les ofrecían aquellos espacios abiertos en los que cualquier cosa podía suceder, y echando de menos a la peculiar Alexa a la que en tan poco tiempo habían cogido bastante cariño. No tardaron en alcanzar los túneles y deshacer todo el camino hasta llegar a la entrada de la estación de metro.
Cansados cogieron el vehículo que seguía aparcado en el mismo lugar donde lo habían dejado hacia una eternidad, a pesar de la fatiga, decidieron dirigirse directamente hasta la casa de los ascendentes de Jack, Terry y Mary Andrews, que vivían con la única obligación de cuidar de Elizabeth, la hermana pequeña de Jack, que contaba con nueve años recién cumplidos.
Su casa estaba a las afueras del eje central de la ciudad, y la relación con ellos era distante y fría, algo habitual en aquella sociedad aséptica en la que se procuraban reducir las emociones al mínimo. Nada más llegar, Terry y Mary ocultaron la sorpresa que representaba aquella inesperada visita, y les invitaron a entrar.
—¿Vais a quedaros a comer? —preguntó Mary con aquel remedio de sonrisa ensayada tan habitual en ella. —Sí, hay algunas cuestiones en las que necesitaría de vuestra ayuda —respondió Jack, tratando de no revelar nada de momento, pero sin tener muy claro cómo proceder. —Bien, eso está bien. Es interesante que los hijos pasen tiempo con sus progenitores y progenitoras —añadió Mary. A los pocos minutos de estar sentados a la mesa, Jack decidió intervenir.
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