VdP arrebata el sueño a Pogacar en San Remo + Previa Volta a Cataluña 254r3e

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¡Bienvenidos a Escapa Podcast, tu podcast de ciclismo! Presenta... ¡Joan Prats! ¿Qué tal? Muy buenas.

A veces, el ciclismo nos regala obras maestras que no necesitan marco ni museo.

La Milan San Remo de ayer fue una de esas joyas que no se olvidan fácilmente.

Una sinfonía de valentía, táctica, sufrimiento y sueños rotos.

Probablemente la mejor edición de la era moderna.

Y en el centro de este torbellino épico, como no podía ser de otra manera, dos nombres.

Tadej Pogacar y Mathieu van der Poel.

Porque cuando Pogacar se levantó sobre su bicicleta en la Cipresa, cuando el viento aún no se había asentado en toda la riviera, todos supimos que algo iba a pasar, algo grande se acercaba.

Que su ataque no era sólo una ofensiva, sino todo un manifiesto.

Una forma de gritarle al mundo que sí, que él iba a intentar reescribir lo que parecía inmutable.

Que esta carrera, nacida para sprinters o clasicómanos explosivos, también podía ser ganada por lo que es él, un soñador, un optimista.

Y lo intentó, vaya se lo intentó.

Primero en la Cipresa, poniendo a todo el mundo contra las cuerdas.

Luego en el Poggio, cuando ya había destrozado la carrera.

Con esa arrancada con la que parece detener el tiempo.

Como si el asfalto se inclinara a su favor.

Como si estuviera dispuesto a pelear con los fantasmas de la historia.

Esos que le susurran al oído que esta carrera no está hecha para él.

Pero al otro lado del espejo estaba Van der Poel.

Ese otro ser de otro planeta que se niega a perder.

El nombre que lleva años condicionando esta carrera incluso cuando no la gana.

El que lanza ataques imposibles o cierra huecos como si la gravedad no le afectara.

El que gana con una contundencia primitiva auténticamente desbordante.

Brutal.

Ayer volvió a hacerlo.

Cuando Pogacar pensaba que quizá, esta vez sí, con la esperanza, que la locura podía convertirse en milagro, apareció Mathieu, como un martillo con guantes de terciopelo, para poner orden en el caos de Pogacar.

Primero resistiendo, luego dominando hasta levantar los brazos en la Vía Roma con la calma de quien sabe que acaba de escribir una página inolvidable de la historia del ciclismo.

Y detrás Pipo Gana que resistía como un gladiador moderno y el resto simplemente hizo lo que pudo.

El resto sobrevivía.

Pero más allá de nombres y clasificaciones, lo de ayer fue la confirmación de algo que ya intuíamos.

De algo que se venía ya diciendo en este programa y evidentemente en el mundo del ciclismo.

Estamos viviendo una época impresionante.

Dorada.

Posiblemente jamás volveremos a vivir esto.

Y lo más bonito es que no es dorada por los títulos, sino por las historias que se escriben alrededor de estos ciclistas.

¿Os imagináis este ciclismo sin Van Der Poel? ¿O sin Jonas Vingegaard en el Tour de Francia? ¿Dónde estaría Tadej Pogacar sin ellos? Posiblemente arrasando, sin oposición, ganando clásicas y tours de Francia con un dominio casi aburrido.

Pero el destino, o la diosa fortuna del ciclismo, siempre caprichosa, ha querido que estos tres titanes coincidan.

Y eso lo cambia absolutamente todo.

Porque nos recuerda que la grandeza no se mide solo por lo que ganas, sino por a quién se lo ganas.

Y mientras tanto, Pogacar, ese romántico incansable, ese artista que dibuja ataques con el pincel de su locura, ya está pensando en el año que viene, en volver a intentarlo.

Porque no sabe vivir de otra manera.

Sabe que un día, en esta carrera que parece maldita para él, el cuento se convertirá en realidad.

Y nosotros estaremos ahí, esperando, como niños en la víspera de Reyes.

Porque carreras como la del sábado no recuerdan por qué amamos este deporte.

Porque el ciclismo, cuando se hace así, no es deporte.

Es poesía en movimiento.

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