T13 E05 La oración más pura 2w1r70

Más a fondo. Se llama este podcast y queremos que vayamos más a fondo en la verdad en que seguimos a un Jesús resucitado. Ojalá podamos vivir cada vez más cada misterio de la vida de Jesús. Estamos invitados a eso, a hacer vida su vida, a seguir sus pasos. Y quiero dar continuidad un poco al pasaje que estábamos contemplando.

Era ese hombre cojo a quien se le fortalecieron sus tobillos, quien empieza a andar, quien recibe un milagro de Dios y que a partir de eso cambia su vida. Y a partir de eso también dice aquí en los hechos de los apóstoles que entró con ellos, con Juan y Pedro, al templo andando, saltando y alabando a Dios. Repito andando, saltando y alabando a Dios.

Esa alabanza a Dios es tan importante, ese tipo de oración. No sé cuánto la hemos practicado cada uno, ojalá que sí. Hay muchas maneras de alabar. Antes de ir a las maneras vamos al centro de lo que es ese tipo de oración, esa alabanza. Esta oración de alabanza es una oración muy pura porque pone nuestra mirada en Dios, no en nosotros, no en lo que pedimos, no en lo que necesitamos, sino que nos hace verlo a él. Y el catecismo tiene unos números muy bonitos hablando sobre la oración de alabanza. En el número 2639 dice esta forma de alabanza reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Es reconocerlo a él, reconocer su divinidad, reconocer que él es grande, que él es poderoso, que él nos ha dado todo.

En este caso, este hombre, me gustaría ponerle un nombre verdad para no decirle simplemente hombre, pero no lo tenemos. Este hombre reconoce la bondad de Dios, la misericordia, el poder de Dios, el amor de Dios que le ha dado ese favor, que le ha dado ese milagro. Y continúa el catecismo diciendo que esta oración de alabanza le canta por él mismo, le da gloria no por lo que hace, sino por lo que él es. ¿Cuántas veces también nosotros nos valoramos tanto por lo que hacemos y no por lo que somos? O sentimos algo que nos pesa en nosotros porque nos han medido por lo que hacemos y no nos gusta que sólo nos vean por cosas externas, por acciones, que pueden ser muy buenas, yo no digo que no, pero que en el fondo tenemos una sed de que nos vean por nosotros mismos, por lo que somos en nosotros mismos. ¿Cuánto bien nos hace cuando nos hacen comentarios o cuando nos sentimos valorados por lo que somos, no por lo que hacemos? Y lo mismo lo podemos aplicar a Dios. ¿Por qué vamos a tener una mirada utilitarista, eficientista, no sé si es una palabra, pero utilitarista? ¿Por qué vamos a tener esa mirada hacia Dios? ¿Por qué vamos a querer comportarnos como si él fuera una varita mágica que nos tiene que solucionar todos los problemas? ¿Por qué no reconocer lo que él es? Su amor, su bondad, su ternura, su santidad, su acogida, él es el buen pastor, en fin, podemos ponerle muchas palabras, muchos sustantivos para describirlo y qué bonito que practiquemos una oración de alabanza donde reconozcamos lo que él es y podemos cantarle, ya sea cantarle literalmente o interiormente, por lo que él es.

Es verdad que la alabanza no tiene que ser cantada, puede ser de muchas maneras, pero lo digo así porque aquí dice que el catecismo le canta por él mismo. Y otro dato que nos da también el catecismo sobre la oración de alabanza es que integra las otras formas de oración y las lleva hacia aquel que es su fuente y su término. Subrayaría aquí, integra las otras formas de oración, es decir, aunque no estemos haciendo una petición, aunque no estemos haciendo oración de acción de gracias propiamente, aunque sí se parecen, esta oración integra a las demás.

Me gusta mencionar también a Salvatore Martínez, un teólogo que ha trabajado con los últimos tres papas, desde Juan Pablo II, Benedicto, ahora con el Papa Francisco. Cuando asistía a un curso con él, nos decía también cómo aquello que alabamos de Dios es lo que estamos invocando que se manifieste. Entonces, si tú estás alabando su poder, si tú estás alabando su alegría o su paz, al mismo tiempo, aunque no quieras, digamos, esto es en mis palabras, eso es lo que estamos invocando.