
Descripción de Sexo, mentiras y lujuria. Vol IV 1h1f1q
Serie de relatos cortos que no guardan relación entre sí pero que tienen un denominador común. _____________________________________________ Hola! Ayúdame uniéndote a Ivoox desde los siguientes enlaces: * Anual https://www.ivoox.vip/?-code=c7cb5289b6e940372f0f816d1de4fe6e * Mensual https://www.ivoox.vip/?-code=9af38537eef891dabb408d0e292f3c38 *Plus https://www.ivoox.vip/plus?-code=208ff5ca551218eda9d25aad9113bc8c 2t2p6o
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Hoy presentamos, Sexo, mentiras y lujuria. Volumen 4.
Relato número 1. ¿Me cogí a mi suegra en el autobús? Dentro de las incomodidades que pasamos quienes vivimos en la ciudad y a veces vamos al campo, quizás el más importante es el transporte. No hay en ese pequeño poblado de Oaxaca, México, mayor medio de comunicación que el incomodísimo autobús, chatarra a más no poder y ni siquiera de primera, sino de quinta.
Mi esposa y yo llegamos a esa ranchería de Oaxaca ubicada a unas 4 horas de la capital del estado. La idea era que mi esposa visitara a su mamá, doña Luisa, una señora como de 45 años, viuda desde hace 5 años, ligeramente regordeta y eso sí, tremendamente morena. De noche nomás los ojitos se le veían.
El camino a la ranchería es empedrado, totalmente rural, en realidad son varias poblaciones cercanas entre sí. El trayecto es tan feo que decidimos dejar el automóvil en Oaxaca para no averiarlo y optamos por tomar el maléfico autobús del que con tanto salto bien puedes terminar lisiado de la columna. Lo peor es que las corridas hacia esa ruta, una de las más pobres de Oaxaca, son solamente tres y el sobrecupo es impresionante.
En cada viaje van montados unos sobre otros, porque no todos van sentados ya que la mayoría de los pasajeros lleva equipaje incómodo como gallinas, pavos y animales diversos. Desde la primera media hora de viaje me había arrepentido de haber ido, pero bueno, mi esposa siempre insiste en que no quiero acompañarle a ver a su madre y cada rato argumenta que lo que sucede es que me avergüenzo de que su familia sea campesina.
Después de tres horas de viaje ya estábamos en el pueblo, con los abrazos, los besos, los regalos. El paisaje es precioso, vale la pena, aire puro, pero nada más de pensar en el regreso se me iban hasta las ganas de volver a Oaxaca. Mi esposa y yo contemplábamos estar ahí unos cinco días, pero al tercero, por la tarde, se enfermó el abuelo, un hombre como de 80 años. No se sabe qué fue lo que pasó, pero había que llevarlo a Oaxaca.
En ese momento lamentamos no haber tenido el auto en la ranchería porque era preciso llevarnos al viejito cuanto antes, y el problema era que sólo estaba la corrida de las nueve de la noche. Me pidió mi esposa que yo me hiciera cargo de acompañar a su madre y al abuelo a Oaxaca y de ahí transportarlos en el auto hasta el hospital general, ella se quedaría, pues sabiendo de la hora y de lo imprevisto, segura estaba de que ya no habría más boletos y ya no digamos sentados, que era pedir mucho, sino parados.
Tuvo voz de profeta. Un alma caritativa cedió su asiento al anciano, pero Doña Luisa y yo nos vimos en la necesidad de avanzar algunos metros hacia el fondo hasta topar con la cola del autobús. Honestamente yo iba furioso. Suerte la mía, pero por otro lado pensaba en la desdicha del hombre que sentadito en el asiento, y sin chistar, iba agradeciendo los esfuerzos de todos.
En tanto, el autobús iniciaba su contoneo. Doña Luisa, como ya lo había mencionado, es una negraza de pelo corto ensortijado, grandes caderas, nalgas enormes y unas tetas impresionantes y además firmes. En esa época que platico yo tenía treinta años y ella cuarenta y cinco, mi esposa tenía veinticinco.
El caso es que él va y ven, y repleto el autobús de pasajeros, las nalgas de mi suegra quedaron justo a la altura de mi verga, se empezaron a encontrar y me cité muchísimo. El bamboleo del camino que antes me molestaba sobremanera, en esos momentos lo agradecía porque me permitía sujetarla de las caderas y restregarle mi duro palo.
Por supuesto tomé más confianza cuando vi que ella no hacía ningún movimiento de disgusto, muy por el contrario, sentí que lo estaba gozando, pues aunque la tenía de espaldas alcanzaba a ver que cerraba los ojos como disfrutando el momento. Éramos los últimos en aquel largo camión destartalado y ruidoso. Del lado contrario al nuestro estaba todo repleto de mercancías, de manera que lo que hiciera o deshiciera era exclusivamente asunto mío y de ella.
Al principio la tomaba disimuladamente de las caderas, como sorprendido por el movimiento del autobús, pero luego empecé fuertemente a apretarla contra mi cuerpo y notaba que Doña Luisa se estaba deshaciendo, mis manos se fueron sobre sus tetas, sujetándolas como dos melones, tampoco dijo nada. Empecé a acariciarle con las dos manos aquellas nalgotas y Doña Luisa nada.
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