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SERMONES DESDE LA INHOSPITA TRINCHERA P.JUAN CARLO
SERMONES DESDE LA INHOSPITA TRINCHERA - SERMON DE LA SOLEDAD DE MARÍA SANTÍSIMA - 2025

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18/4/2025 · 26:38
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SERMONES DESDE LA INHOSPITA TRINCHERA P.JUAN CARLO

Descripción de SERMONES DESDE LA INHOSPITA TRINCHERA - SERMON DE LA SOLEDAD DE MARÍA SANTÍSIMA - 2025 442664

Llevamos a nuestros lectores SERMONES DESDE LA INHÓSPITA TRINCHERA del querido P. Juan Carlos Ceriani - SERMÓN DE LA SOLEDAD DE MARÍA SANTÍSIMA - 2025.------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------ 4pb3c

Lee el podcast de SERMONES DESDE LA INHOSPITA TRINCHERA - SERMON DE LA SOLEDAD DE MARÍA SANTÍSIMA - 2025

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Esta es Cristiandad, luchando para que Cristo reine.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Hemos entrado de lleno en la contemplación de los augustos misterios de la pasión y muerte del Hombre Dios, nuestro Señor Jesucristo.

Y de este tiempo privilegiado, quiso la Iglesia escoger un día para dedicarlo a la consideración de los dolores y amarguras de la Santísima Virgen María.

Ya que es justo, según la expresión del apóstol, que los que con Cristo padecieron, con Cristo sean glorificados.

Y bajo el nombre de los dolores de María, comprendemos toda aquella serie de padecimientos que afligieron el alma de la Benditísima Señora.

Desde la profecía de Simeón, hasta sus horas de soledad después de la sepultura de su Hijo, que es lo que contemplamos especialmente esta tarde.

Pero más singularmente se fija la atención de los fieles en esos dolores que debió sufrir durante la pasión del Redentor, en particular al pie de la cruz.

Como que ellos fueron la suma y el compendio de todos los dolores de su vida.

Porque en efecto, todos los sufrimientos de la Madre de Dios anteriores a los de la pasión, habían sido acompañados al mismo tiempo de singulares consuelos, que pudieron hacérselos más suaves y llevaderos a aquellos sufrimientos.

Si en Belén vio a su Hijo pobre, desnudo y tiritando de frío, pudo al menos allí abrigarle en su propio seno y reanimarle con su leche virginal.

Si tuvo que sacarle fugitivo y desterrado por el camino de Egipto, le pudo siquiera librar por ese medio de la hazaña de sus enemigos.

Y si durante los tres años de su predicación lo vio objeto de la envidia de los fariseos, la fama en cambio de sus prodigios, las bendiciones de los enfermos curados y de las madres a quienes había devuelto los hijos, todo esto, sin duda, fueron gran parte para consolarla de la ruina ingratitud de aquellos malvados.

Pero no así en el Calvario.

Le vio desnudo, sin tener con qué cubrirle, sediento, sin poder ofrecerle una gota de agua, perseguido sin que le fuera posible poner a cubierto de sus enemigos, ultrajado sin que nadie se atreviese a responder por él en aquel trance doloroso.

Los evangelios no nos dicen se levantase una sola protesta en su favor de entre aquel horrible concierto de blasfemias y de sarcasmos con que insultaban los fariseos su agonía.

Fue necesario que la naturaleza entera diese muestras de su dolor, que las piedras se rajasen, que el sol se oscureciese, que la tierra devolviese sus muertos, para que un hombre soldado y gentil exclamase después de la muerte de Cristo verdaderamente este era el hijo de Dios.

Y a tan desgarrador espectáculo tuvo que estar presente el corazón de una madre.

Bien lo canta la iglesia en aquel su tristísimo himno en que contempla las angustias de María junto a la cruz.

Estaba de pie, no desmayada ni desfallecida, sino serena y animosa, bebiendo con su hijo el cáliz de la pasión, resuelta a apurar de él hasta las heces.

Sabía que tales padecimientos constituían el precio de nuestra redención y los sufría gustosa por nosotros, para poder así con justo título llamarse nuestra madre, nuestra corredentora.

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