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Relatos ERÓTICOS
SANTA LUJURIA - PARTE 1

SANTA LUJURIA - PARTE 1 4e5n2a

11/3/2025 · 59:16
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Relatos ERÓTICOS

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Lee el podcast de SANTA LUJURIA - PARTE 1

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Tus fantasías más prohibidas están aquí. Relatos calientes. Hoy presentamos.

Santa Lujuria. Parte 1.

«Es muy hermosa», dijo Reinaldo, mientras veía en su teléfono la foto que acababa de recibir. En ella se mostraba a una joven morena de rostro angelical, que llamaba la atención sólo con verla. «Es la hija del traidor», comentó el jefe de Reinaldo. «Un hombre viejo, pero aún lo suficientemente fuerte y astuto para liderar la organización».

A su lado había una joven muy bella, a la que tenía abrazada.

«¿En serio?» Alguna vez escuché que era una niñata muy bonita, pero nunca la conocí.

No es que a Reinaldo le pareciera difícil de creer. Después de todo, aunque los odiara, sus padres habían sido bastante atractivos y era normal que su descendencia lo fuera. Ahora, lo que veía en esa fotografía era toda una mujer. Lo que más llamaba la atención, sin embargo, era los ropajes que traía puestos. Cubrían prácticamente todo su cuerpo, con excepción de su bello rostro. «Se convirtió en monja. ¿Puedes creerlo?». «La hija del diablo enfundada en un hábito», comentó el jefe con una sonrisa en el rostro. «Aún odias a su padre, ¿cierto?».

No era necesario que Reinaldo respondiera, su mirada lo dijo todo. «Bien, entonces esa chica será parte de tu recompensa», le dijo don Lorenzo. «Por más hermosa que sea, tú puedes ser el primero en gozar de ella. Estoy dispuesto a cederte ese privilegio», siguió el viejo. «Sé bien lo que sientes por el viejo Emilio. Creo que serás quien más disfrute gozando de su hija, jajaja».

Reinaldo no sabía ni qué decir, solo seguía mirando la foto. «La única condición es que cierres el trato que tenemos entre manos», dijo el viejo. «Asegúrate de que ese hombre y esa mujer no nos estén engañando. Te doy un mes y es lo que les darás a ellos para cumplir. Quiero dos chicas. Si no pueden cumplir con eso, el trato quedará anulado».

Reinaldo asintió. «Puedes hacer lo que te dé la gana con la hija de Emilio antes de traerla a mí, pero tu prioridad es cumplir mis órdenes. No me falles». «¿Cuándo lo he hecho?», preguntó Reinaldo. «Nunca», respondió el viejo mirándolo fijamente. «Pero siempre hay una primera vez». «¿Y qué hay de Emilio? ¿No se interpondrá?» «Es un viejo y ya no es el mismo de antes. Además, mandaré a Agustín para que se encargue de él». «¿Cree que podrá hacerlo?».

Recuerde que para él «conozco bien la historia de esos dos. Por eso envió a Agustín». Respondió el viejo con seguridad, moviendo una de sus arrugadas manos hasta la entrepierna de la chica que tenía al lado. Ella dio un respingo, pero sonrió. Conocía bien su lugar y las consecuencias de no cumplirle a don Lorenzo. «¿Y en caso de que tenga algún problema en cumplir mis órdenes?» «Bueno, ya pensaré en algo». Reinaldo asintió. Miró cómo la chica abrazaba al jefe, seguramente dispuesta a hacer lo que él quisiera. «Necesitamos más chicas.

Tenemos que renovarnos. Los clientes cada vez se vuelven más exigentes. Si nosotros no cubrimos sus necesidades, otros lo harán», comentó el viejo, mientras movía su cuello para permitir que la chica lo besara. Luego volvió a mirar a Reinaldo con ojos de hielo. «Y no quiero que eso pase, ¿me entiendes? Vete, cierra el trato y consígueme más chicas para el negocio».

Reinaldo asintió, dio media vuelta y salió de la oficina de su jefe. Nunca había fallado un encargo, y esa de seguro no sería la primera vez. Los golpes en su puerta eran tan fuertes que Emilio no pudo ignorarlos, como siempre hacía cuando alguien lo molestaba a esas horas. Pensó que era Pancho, el anciano vecino, que venía a pedirle que arreglara de nuevo su silla o su mesa.

Siempre tocaba de esa manera tan bruta, aunque nunca era tan insistente. ¿Era mucho pedir para un hombre viejo y moribundo como él pasar algo de tiempo en paz? Fastidiado, abrió la puerta, listo para gritarle al viejo Pancho o a quien fuera que esas no eran formas de tocar.

Sin embargo, no dijo nada cuando vio al hombre alto parado frente a él. El sujeto tenía una expresión seria, y Emilio distinguió en su rostro una ligera cicatriz a un lado de su ojo derecho.

De inmediato, supo que estaba ahí para matarlo.

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