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En 1625, un viajero romano llamado Petro de la Valle andaba explorando el desierto al sur de lo que hoy conocemos como Irak.

De la Valle era un noble musicólogo, compositor y viajero renombrado, y había iniciado sus viajes intentando dejar atrás el recuerdo de un amor no correspondido, la ciudad eterna.

Tras visitar Tierra Santa, había continuado su viaje rumbo este.

En Siria, cerca de Alepo, vio el retrato de una princesa asiria de padres cristianos que vivía en Bagdad.

Tal fue la impresión que produjo sobre Petro este retrato que se enamoró de ella, demostrando una vez más la vigencia del refrán que dice que un clavo saca a otro clavo.

Se dice que la mujer en cuestión, llamada Mahani, ya soñaba con él antes de siquiera verlo y que en su primer encuentro ella le regaló un membrillo, que era una ofrenda matrimonial habitual en Grecia y en todo el Levante desde la época clásica.

Esto no tiene mayor importancia para esta historia, más allá de la defensa del refranero, y para que sepáis que donde una persona te da calabazas, otra te puede dar membrillos, así que volvamos al desierto.

En aquella época el desierto, en una zona cercana a la ciudad actual de Nasiriyah, era un lugar peligroso y lo sigue siendo hoy en día, más o menos por las mismas razones, siendo la principal la guerra.

Pero además de la guerra, aún había leones en aquellas partes del mundo en aquella época, Mientras Petro de la Valle y sus guías nativos caminaban bajo el sol de justicia de los desiertos siraquíes, observaron con preocupación a una tribu de beduinos que les miraban desde la distancia.

Temiendo que fueran a ser víctimas de un ataque decidieron refugiarse en unas ruinas que habían visto cerca de allí.

Aquellos edificios fueron su lugar de descanso durante algunas noches, y durante el día Mientras los guías se iban a negociar con los líderes beduinos un salvoconducto, Petro se dedicó a explorar las ruinas de unos gigantescos edificios de ladrillos de adobe.

Desparramadas por el suelo encontró tablillas de barro cubiertas de unos enigmáticos escritos cuneiformes.

De la Valle no lo supo en aquel momento, pero estaba mirando escritura sumeria que llevaba milenios sin hablarse, a la sombra de un edificio construido hace casi 4000 años en aquel momento.

Se encontraba a los pies del figurat de Ur, surgido desde las arenas del tiempo como un testigo de una era olvidada.

Ur fue una de las ciudades-estado que formaron parte de la civilización sumeria.

Ahora se encuentra a unos 200 kilómetros de la costa del Golfo Pérsico, pero según aseguran algunos estudios, en su fundación estaba a sus orillas.

Los guías de la Valle no consiguieron llegar a ningún acuerdo con las tribus beduinas y se tuvieron que escabullir de las ruinas de Ur ocultos por la noche.

En la mochila de Petro de la Valle iban varias tablillas con escritura sumeria que había recogido del suelo del desierto y que llevó consigo en su viaje de vuelta.

Es la primera vez que se sepa en la que este tipo de escritura fue conocida en Europa.

A pesar de que hace ya cuatro milenios desde que los sumerios vivieron entre el Tigris y el Eufrates, tenemos multitud de conocimientos sobre su historia, lo que me hizo pensar en que hay otras estructuras mucho más recientes y más antiguas.